Capítulo 7

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Cada tercer domingo de mes, todas las luces del pueblo se apagaban y sólo las de una casa permanecían encendidas. Era la más grande, la taberna local donde se celebraban bailes. Estos domingos eran especiales para los aldeanos. Era la oportunidad de bailar con quien quisieran, beber cuanto quisieran y olvidar por un rato la dureza de la vida en el Norte. Cada tercer domingo la vida se volvía tan fácil y ligera como las personas embriagadas de alcohol y remolinos de baile.

Johnny Suh y su hijo participaban regularmente en los bailes. Dejaban a los perros con el cuidador Taeil, que hacía años que había perdido el interés por este tipo de eventos, si es que alguna vez lo había tenido, y pasaban toda la noche en la taberna.

Cuando los Suh salieron de la casa, todo se aquietó. El amable Taeil estaba sentado fuera, observando el cielo nocturno con una botella de whisky en la mano. De vez en cuando daba un trago, y su diálogo silencioso con el universo se veía interrumpido porque de vez en cuando sentía el impulso de confesar sus pensamientos a los perros de trineo del cartero.

En cierto momento, los perros se inquietaron y empezaron a ladrar nerviosamente. El hombre les prestó poca atención. No se veía a nadie y, de todos modos, todo el pueblo estaba en el baile. Hizo un pequeño recorrido alrededor de la cabaña para asegurarse de que ningún intruso, ya fuera humano o animal, viniera a hacer una visita, y tras comprobar que su suposición era correcta, se sentó exactamente en el mismo sitio y continuó en su meditación, con la botella de whisky como compañía.

Para nada se imaginaba que la razón de la inquietud de los perros no estaba fuera, sino dentro de la cabaña.

El olor que irritaba los sentidos de los perros no era el olor familiar e inoportuno de un zorro, sino una fragancia multicolor de un zorro convertido en ser humano. El bueno de Taeil no sospechaba algo así. Las estrictas reglas de los clanes de cambiaformas hacían imposible que los humanos sospecharan, y mucho menos que supieran que existían.

Sin embargo, ahora uno de ellos se arriesgaba a romper la regla cambiando a su forma humana cuando había un humano cerca que podía entrar en cualquier momento.

El husky dormía a su lado, así que Doyoung sólo necesitó un pequeño movimiento silencioso para pegarse a él. Apoyó la parte superior del cuerpo en el brazo izquierdo, mientras el otro descansaba en su regazo. Su cabeza se inclinó hacia un lado mientras observaba con concentración. La suave luz de sus ojos parecía crecer con cada respiración del husky. Doyoung reprimió con éxito el impulso de toser, aunque se le calentó un poco la cara. No quería despertar al husky con el sonido de su tos. Su mano se movió para colocarse sobre el pelaje blanco grisáceo con anhelo, pero tardó un rato dudando antes de que sus dedos finalmente se enterraran en él.

Nunca había acariciado a un perro. Había algo entrañable en la forma en que el pelaje se movía contra sus dedos y contra el dorso de su mano, y en cómo le hacía cosquillas en la palma mientras acariciaba lentamente el cuello del husky. Doyoung comprendía ahora un poco el gusto de los humanos por tocar a los animales domésticos. Evocaba un sentimiento que iba directo al corazón, llenándolo de ternura y deseo de cuidar de ellos. Probablemente a los humanos les gustaba eso; eran criaturas solitarias de corazón y sin duda disfrutaban cuando se les llenaba de este tipo de emociones. Doyoung lo sabía porque él también era humano, en parte.

Sin embargo, tocar a este husky en particular era diferente a tocar a cualquier otro animal doméstico. El zorro no necesitaba probarlo para creerlo. Mientras sus finos dedos seguían acariciando la parte superior de la cabeza del perro, empezó a preguntarse si el amo de Jae también sentía lo mismo al acariciarlo. ¿Su corazón también latía de forma tan extraña y errática? ¿Tendría ganas de enterrar la cara en ese pelaje de tonos grises y no despertar nunca de ese sueño? ¿También quería quedarse junto al perro para siempre y exigirle lealtad incondicional? Cuanto más pensaba Doyoung en eso, más solo se sentía.

Persígueme - JAEDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora