Único

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Su vista estaba nublada entre tanto placer que le ocasionaba. Los dulces gemidos escapaban uno a uno de su boca, abrumado por los incontrolables espasmos que recorrían su cuerpo con cada estocada.

Solo había salido a una excursión casual junto a su guía, ¿cómo es que había terminado en esa situación?

–Ahh~

Los largos y gruesos dedos arremetían en su interior, penetrandolo con una brutalidad que le hacía delirar. Lo estaba disfrutando, Beomgyu sentía que estaba en el cielo y no deseaba parar, al contrario, quería más, quería probar todo y dejar que ese hombre hiciera con él cualquier cosa.

–¿Qué pasa Beomgyu?, ¿ahora no deseas escapar?– Preguntó esa voz gruesa, de manera sarcástica.

Beomgyu alardeaba sobre sus grandes habilidades en el deporte, sobre su resistencia y lo fácil que era llegar a la cima de esa montaña, sobre su fuerza y los cientos de kilos que aseguraba podía levantar. Esa mañana antes de comenzar el senderismo, Beomgyu solo hablaba de aquello; presumiendo sus supuestas habilidades. Sin embargo, a pesar de que Beomgyu sí tenía lo suyo, no era nada comparado a Julien, su guía. Ese tipo que casi doblaba su edad y aún así lucía tan jodidamente atractivo.

En el transcurso se dio cuenta de que no iba a ser tarea sencilla. A pesar de estar ejercitado, sus piernas se debilitaron mucho antes de poder siquiera llegar a la mitad. Se escondió un par de veces de Julien, o tal vez más, bromeando ocasionalmente con aquello.

–¡Beomgyu!– Exclamó Julien, observando el momento exacto en el que el nombrado quiso tenderle una trampa. Era igual de juguetón que un niño.

–Te dije que pidieras un deseo con los ojos cerrados.– Reclamó, mirándolo con una carita de niño inocente, uno que acababa de cometer una travesura y quería convencer a sus adultos de que él no había hecho nada. Siempre era así.

A lo largo del camino, Beomgyu fue retado varias veces por Julien, deteniéndose en varias ocasiones para demostrarle a su guía que era lo suficientemente competente y no era tan débil como el mayor decía. Sin embargo, cierta mentirilla seguía en el aire y Julien estaba convencido que por mucho, Beomgyu no era capaz de cargar esos cuatrocientos veinte kilos que Choi tanto reprochaba; con mucho esfuerzo apenas y logró hacer diez abdominales en la última parada.

–Espera, ven aquí.– Tomó la correa de la mochila de Beomgyu, arrastrándolo a la fuerza por un camino desconocido dentro de aquella montaña. Se desviaban del camino principal, a lo lejos divisó las tres cabañas privadas a las cuales sólo el personal tenía el acceso autorizado.

–Oye, creo que no deberíamos estar aquí.

–Tranquilo, tengo permiso. ¿Siempre eres tan asustadizo?– Se burló. Julien llevó a Beomgyu dentro de la segunda cabaña, era un pequeño gimnasio. De inmediato quiso huir, pero fue retenido por él. –¿Qué pasa?, ¿te estás rindiendo?

Julien preparó la barra de pesas con cien kilos distribuidos a cada lado.

–Es la cuarta parte de lo que puedes levantar. Has de poder con esto, ¿no? Dame una demostración, Beomgyu.

Choi carcajeó, intentando evitar hacer aquello.

–Primero tú.– Sugirió Gyu, a lo cual Julien se acercó a la barra, tomándola con ambas manos y levantandola con total facilidad, como si aquello no tuviera ningún peso.

–Esto no es nada, trabajo a diario con mayor peso. Pero ahora sigues tú.– Instó. La mirada de Choi se desvió a algún lugar, ignorando que le había hablado y fingiendo vagamente no haber escuchado.

–Viste que la luz est- ¡hey!

Un par de brazos rodeó su cintura, cargandolo en el aire y llevándolo delante de la máquina de pesas, el hombre lo bajó ahí.

420; Choi Beomgyu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora