Marroncito

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La vida diaria es como una melodía que nos regala los detalles menores y los pequeños encantos que encontramos en nuestro camino. Hay aquellos momentos que se hacen inevitables, como beber una taza de café por la mañana, observar a las personas pasar deprisa o de vuelta, o preocuparse por cosas insignificantes como los detalles de lo que vamos a vestir.

Sin embargo, si te detienes un momento y permitías que tus sentidos se llenaran de las cosas más pequeñas, verías que todo tiene su propio tipo de hermosura. Sería el canto de las aves que cantan por las mañanas, el olor del pan recién hecho del panadero, el tacto de la tela de tu chaqueta favorita en el brazo, o incluso algún momento magico. Podría ser el instante en que te das cuenta de que el destello de la nieve bajo el sol es tan maravilloso como un cuadro, o el sonido de la risa de un niño que juega en el parque puede reconfortar tu alma. Hay algo magnífico en cada día y cada momento, si solo tienes los ojos y el corazón abiertos para ello.

Aun recuerdo cuando traje a Marroncito a la casa, estaba muy pequeño y estaba en una actividad médica en un barrio muy lejano, cuando vi en una casita varios perritos marroncitos que estaban regalando, y yo tomé a Marroncito, di las gracias, lo metí en el bolsillo de mi bata y me lo traje a donde vivía, para que hiciera una amiga en Negrita; desde ese momento, y cuando te
veía haciendo cualquier cosa te recordaba que yo te “Había salvado de Los Suburbios” y que yo era “Tu Amo de Los Suburbios”. Para todos ya no era un secreto de que no podíamos tener más perros, dos ya eran muchos, pero llegaste sin avisar y completarías el trio. Ya tres en si eran una enorme multitud y nunca más me dejaron traer perros a la casa.

Aunque ya en la casa teníamos dos perros más, cuyos nombres eran negrita y Blanquita; (demás está decir que no soy muy bueno poniendo nombres) no quisimos deshacernos de tí: eras tan pequeño, indefenso, y en si ya tenía en mente utilizar una tapa de una vieja caja de cosméticos que te serviría de casa y a la vez de cuna, la cual desde ese día empezaste a usar a cada hora, y digo a cada hora porque no hacías nada, solo comer y dormir durante el día, y llorar y llorar y cotorrear pidiendo alimentos en las noches.

Desde ese momento ya no podía estudiar como acostumbraba a las 3 de la mañana, porque detrás de mí, maullando con dolor y con ternura venia caminando poco a poco una diminuta bolita de pelos que de lejos parecía una pelota de beisbol o de billar; y me mirabas a los ojos, hasta que en los tuyos me viera reflejado; a veces empezabas a llorar con muchas ganas y yo, en un intento de hacerte callar unos instantes mojaba una pequeña toalla con agua, la cual chupabas por unos momentos hasta que te dabas cuenta del engaño y
volvías a la misma rutina, tanto era mi sueño y mi desespero que en la nevera empecé a buscar cualquier cosa para hacerte callar...

Luego de husmear por varios segundos tratando de no intimidar a nuestro pequeño personaje chillón, encontré la llave de la salvación del mutismo.

Le hice un poco de alimento, algo así como una crema de arroz que no puse a cocinar, pero se la tomó con mucho gusto, hasta que su pequeño estomago se volvió una pequeña protuberancia en forma de burbuja y te fuiste con dificultad a dormir nuevamente.

¡La belleza de los perros es algo que desafía explicaciones! Tienen esos grandes ojos amorosos, sus caritas tiernas, sus lenguas jugosas, sus orejitas, sus colitas entusiasmadas. Su gentileza y su devoción son contagiosas, y su capacidad para elevar tu estado de ánimo con solo su presencia es increíble.

Alrededor de ellos hay un aura de amor, aceptación y compasión. Son esos amigos mágicos que logran capturar nuestros corazones con su hermosura interior. ¿Qué podría ser mejor que caminar a través de la puerta y ser recibido con un abrazo cálido y alegre por tu perro? Es como si tuvieran un manto de luz que cubre todo lo que toca.

Desde esa noche ese era el aperitivo de ese perrito por las noches, y hasta
pareció acostumbrarse, lo que en si nunca nos cuadró a mi familia y a mí era decirle “perrito” Sonaba muy soso y aburrido, sin ninguna pizca de sazón, así que en una reunión matutina cuando todos nos disponíamos a ir a la escuela,
al trabajo o a la universidad, discutimos por un momento un nombre permanente que le encajara como anillo al dedos, resaltando las cualidades del nuevo miembro que era.

Tantos nombres tan raros y extraños, y como les vuelvo a repetir, no soy bueno con ellos, porque si llegasen a asomarse a mi patio verían una enorme manada tortugas con los nombres más feos que se les pudiera ocurrir, solo porque mi mamá decía que ellas mismas eran feas: Dolores, Ramona, Juanita, Teodora, Rigoberta, y miles de nombres de viejas los cuales no contrastaban con la
pequeña Rosita Fresita, y este no sería el destino de mi Marroncito en aquel
momento…

¿Marroncito?

¡Marroncito!

Si, ese adjetivo calificativo de color específico voló por la sala, y como si al mismo le gustase el nombre
empezó a ladrar, y a mover la colita, bueno, en si no tenía mucha colita que digamos pero si la movía con entusiasmo, y así se quedó con ese nombre que siempre sonaba en cualquier lugar, siempre para acusarlo de alguna maldad.

—Mamá, ¡Marroncito se llevó mis medias!

—Mamá, Marroncito se llevó mis chancletas.

—Mamá, El Loco de Marroncito me está buscando pleitos.

Y un sinfín de epítetos que siempre terminaban con Marroncito siendo
consentido por mi mama y nosotros regañados.

Habían veces en que lo teníamos que dejar encerrado en la casa porque
empezaba a comer basura, o mordisqueaba el monte del patio, y terminaba dándole diarrea, cuando eso pasaba siempre se quedaba frente la reja del patio, quieto, en actitud hierática como si fuera una estatua cuando se cansaba de ladrar y quejarse. Sentado, con las patas en el suelo y las delanteras tratando de alcanzar lo inalcanzable para él, un día, sin que se diera cuenta o
cuando él creía que nadie lo estaba mirando le tomé una foto, la cual mostraba lo parecido y pequeño que era, como una mota de algodón.

Debo de decir que nunca he podido entender las lecciones de Pavloo en la
Universidad, en la cual la orgullosa de mi Tutora Docente Nos decía que los perros no eran inteligentes, sino que solo se les podía condicionar con una bendita campanita, pero mi Marroncito estaba más que condicionado, ¡Yo siempre pensé que era un niño atrapado en el cuerpo de un hermoso perrito! Porque en verdad era mucho más inteligente que los tres hermanos juntos.

Cartas Ocultas De Mi Verdadero YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora