La escuela acababa poco a a poco con las neuronas de la chica, los dolores de cabeza eran frecuentes y querer huir era el pensamiento principal.
Pero ese día, el destino estaba un poco relajado; el cielo estaba un poco nublado y soplaba brisa fresca y, aunque el sol estaba presente, no molestaba.
Salieron con dos horas libres antes de la salida predeterminada con otros amigos a ver que hacían para matar un poco la presión. Pero entre los dos amigos había cierta tensión.
Paso un tiempo, no se decidían, las miradas se intensifican, uno buscando la respuesta en otro, pero ambos maquinando como llevar a cabo sus fantasías en tan poco tiempo.
La chica es de casa, su padre la recoje y bajo su mando hay dos niñas más a las que debe cuidar, a toda costa. Si viene siendo cierto, su padre llega tarde en varias ocasiones pero la ponía a pensar y a dudar que en otras, el ya estaba afuera esperando.
Faltaban treinta minutos, debían hacer algo.
El chico entonces propone ir a un parque que estaba cerca, a uno cinco o diez minutos, la chica dudosa acepta, poniendo en riesgo mucha cosas pero necesitaba satisfacer otras.
Caminaron hasta el parque, el camino fue silencioso, cada uno sumido en sus pensamientos y preocupaciones.
—¿Ya me perdonas?
—No lo se... porque.. ¿Cómo sé que no volverás a hacerlo?
La chica se queda en silencio. Días anteriores, la muchacha estuvo muy animada viendo otros chicos que se le pasaban por delante, y al otro no le gustó para nada.
Pero, ¿Tiene él derecho de ponerse molesto por eso? Ni siquiera son novios.
Pero si, tenía todo el derecho que Ella le dio autoridad sobre si misma y, a pesar de no ser más que dos amigos confianzudos, para ella él lo es todo, desde su amigo hasta su dueño. Sabe que hizo mal por eso acepta la mirada despectiva del otro, aunque le duela.
La caminata se hizo larga pero por fin cruzaron la calle para quedar justo al frente del parque. Miraron alrededor, buscando un buen lugar.
Ella buscó inmediatamente el árbol inmenso que había ahí, pero no le quedaban más que un par de ramas.
Pero detrás había una esquina comprometedora, que haría silencio si le llegasen a preguntar.Cuando estuvieron ahí, sus miradas chocaron, un par de risas se escucharon, un abrazo tierno los unió pero al terminar, tomó él su cabello llevándola a la pared y teniendo a su merced los labios de la chica, no dudo en dale placer a los propios. La chica aceptó el beso incluso queriendo ir más lejos.
—Dejame sentarme.
Los besos siguieron, cada vez más desesperados, él se quito los lentes, tomo a la chica por su cintura llevando más lejos la situación, bajo sus manos a su trasero, apretando éste y escuchando la respiración de su prójimo.
—¿Puedo... usar mis dedos?
La caballerosidad enamora a la chica, la voz tenue qué uso no la deja rechazar, aunque duda un poco por el lugar, acomoda sus piernas dedicando un pequeño "si" a la causa. El chico desliza su mano por los muslos de la muchacha por debajo de la molesta falda hasta llegar a su intimidad, ella suspira, ansiosa y desesperada por sentir esos largos dedos dentro de ella, como tanto había fantaseado.
Pone él su dedo en el clitoris de la chica, da pequeñas vueltas ahí pero baja por petición de la otra, nota lo mojada que esta y no omite su comentario.
—Estas mojadita...
La vergüenza la consume un poco pero cuando él empieza a meterlo, todo se derrumba, quedando solo un dolor tenue, casi inexistente pero molesto, se sentía diferente.
Lo fue introduciendo más hasta que el malestar desapareció y solo sentía un placer increíble invadir su interior.
Fue poco tiempo para que ella se corriera, sus gemidos fueron toda música para el chico y así empezó otra ronda.
Cada orgasmo era más fuerte que otro, y el amor que le tenía a aquellos dedos se intensificaba cada vez más...