Ser un vampiro de más de 100 años y haberse convertido en un no muerto antes de haber cumplido los veinticinco era muy cool. Con ojo crítico, se observó desde todos los ángulos. El triple espejo colocado en una esquina de su santuario le permitía admirar lo bien que le sentaban aquellos vaqueros hechos a medida. Flexionó las largas piernas, atento al modo en que la suave mezclilla lavada se arrugaba en los lugares adecuados, resaltando la belleza de sus muslos, la curva del delgado trasero y las pantorrillas musculosas. La camisa verde oliva en seda cruda, se ajustaba a su pecho y espalda, marcando sus músculos, fuertes, sin llegar a parecer excesivos. El color le daba vida a su tez y ojos demasiado pálidos. Para llevar más de centuria sin hacer esfuerzos físicos, más allá de sujetar a su última víctima, no estaba nada mal. Con una sonrisa, se atusó el espeso cabello castaño avellana que era un revoltijo perfectamente desordenado.
Suspiró, satisfecho por su apariencia. Era demasiado viejo como para no apreciar los beneficios que su buen aspecto ofrecían. Tanto en hombres como en mujeres, estaba constatado que las personas tendían a sentirse mas atraídas y confiadas con los guapos, y él lo era.
—Imagínate que eso de los espejos fuese cierto —exclamó, a su espalda, la voz atiplada de su hermana de sangre, tal y como ella se autoproclamaba. En realidad, era más bien como una mezcla de madre, dueña y hermana mayor caprichosa—. ¿Quién sustentaría tu ego entonces?
—Le dijo la sartén al cazo —entonó, harto de sus pullas.
Tomó el cinturón de Prada trabajado en piel y lo deslizó por sus caderas, comprobando el efecto. Con un gesto seco, lo lanzó de nuevo sobre la cama. Aquellos...¿La palabra era buttonfly? No se hacía a aquel bárbaro idioma, por muchos años que transcurriesen. Quedaban mejor tal y como los lucía, permitiendo que se ajustasen a sus caderas como una segunda piel, mostrando más de lo que nunca hubiese creído que los hombres necesitasen enseñar para atraer a alguna hipotética pareja con la que procrear o disfrutar de una sana sesión de sexo.
—Eso ha costado más de lo que tú vales, no lo tires como si nada —se quejó Martina o como quiera que se hiciese llamar esa década. Sólo él sabía que su verdadero nombre era Ophélie.
—Vete de una vez —suspiró—. Me aburres.
Unos ojos grises, casi traslucidos, le devolvieron la mirada desde el espejo. Creía que en su vida mortal, habían sido marrones o castaños. No recordaba ya. Tantos años sin apenas ver la luz del sol sólo habían conseguido que su piel se aclarase, y sus ojos perdiesen el color. La causa de que el cabello no hubiese seguido la misma suerte era un misterio. Él no era un vampiro científico o intelectual. Dominique vivía para disfrutar de aquel regalo inesperado que una no muerta caprichosa le entregó una vez. Punto. No se planteaba nada más allá del siguiente par de zapatos. A lo máximo que había llegado era a usar su cerebro para hacer el suficiente dinero para pagarse sus caprichos. Para vivir de un modo en el que un pobre niño, hijo de un campesino del que apenas recordaba el rostro, jamás hubiese soñado.
—¿A dónde irás esta noche? —indagó Ophélie con curiosidad, mientras sin hacer caso de su orden, empezaba a desenredar sus largos cabellos oscuros.
El ritmo lento e hipnótico de sus dedos pálidos, adornados con unas largas uñas coronadas con esmalte del color de la sangre le atrapó por un instante.
—Aún no lo tengo decidido.
—¿Vas a Chelsea o al Greenvillage? —se burló.
Antes de que hubiese acabado la frase, su mano ya se había cerrado sobre el cuello, frágil en apariencia. Apretó los dedos en torno a los músculos, y la piel tensa. La olió, un perfume denso la envolvía. Un efluvio dulce, mezclado con una pizca de cobre y alguna flor que no reconoció, ni le importaba. Aquel exótico aroma era imperceptible al resto de especies, pero no para ellos. Era único y exclusivo de Ophélie, con él podría rastrearla siempre. El suyo propio era como un eco del de ella, pues fue la muchacha quien le convirtió, quien le transformó a aquella no vida.
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DOMINIC
RomanceUna corta historia para acompañar tu café No hay nada mejor que tener tu sabor, corriendo por mis venas. No hay nada mejor, que el roce de tu piel [Revolver,'91]