Capítulo 1

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Ania contempla la ciudad desde la ventana del último piso de un imponente rascacielos en la zona más exclusiva de la metrópolis. Sus dedos danzan sobre el marco de la ventana mientras sigue el frenético ballet de aerodeslizadores en la pista aérea de alta velocidad. Las luces brillantes que dejan a su paso crean un mosaico de destellos en el oscuro cielo nocturno. Más abajo, las pasarelas entrelazan los edificios, formando un intrincado laberinto urbano que se extiende en todas direcciones.

Una breve luz parpadea en la pequeña pantalla incrustada en su brazo. Ania se pregunta si debería esperar a Oyin o aventurarse sola a la fiesta. La pantalla parpada de nuevo, revelando las posibles consecuencias de cada elección. Sus labios se curvan en una mueca de frustración. Si espera, se perderá el espectáculo de luces; si se marcha sola, tendrá que enfrentarse a Diwan y su pandilla de lameculos.

Maldiciendo en voz baja, Ania se pasa la mano por el cabello, retorciendo con nerviosismo una de las trenzas rosadas que caen hasta su cintura.

—Maldita sea—murmura para sí misma. Esta vez, tendrá que arriesgarse con Diwan.

Con un suave toque en su oído izquierdo, Ania activa la conexión y susurra el código para poner en marcha su aerodeslizador. Cruza el pequeño puente que separa el edificio del helipuerto y espera mientras el vehículo se desliza hacia ella.

La seductora voz masculina del aerodeslizador solicita las coordenadas y, con un suave zumbido, se incorpora a la pista aérea a toda velocidad. Los otros vehículos pasan a su lado, iluminando el interior con sus estelas luminosas.

Ania cierra los ojos y se sumerge en las novedades de las redes sociales, navegando entre ellas con un simple pensamiento. Detiene su atención en una foto: Royce sonríe a la cámara con sus característicos hoyuelos y ojos rasgados. A su lado, una mujer de cabello rojizo lo rodea con gesto posesivo. Ania frunce el ceño y cierra la imagen con rabia. Han pasado cinco meses desde su ruptura, pero el dolor sigue fresco.

Sacude la cabeza, sintiendo el tintineo de las cuentas en sus trenzas. Sabe que debe olvidarlo, pero es más fácil decirlo que hacerlo. Aun cuando ha sido él quien la dejó por otra.

Ajustando su vestido blanco que destaca contra su piel, Ania considera por un breve momento la idea de regresar a casa. Sin embargo, la pantalla de su Espejo vuelve a iluminarse, mostrándole las consecuencias de esa decisión.

—Como si fuera una opción— dice, descartando la idea de inmediato.

Llega a su destino pocos minutos después, sorteando el frenético tráfico del helipuerto con habilidad. La pasarela que conecta con el edificio está decorada con arcos de mármol prefabricado, cubiertos de horripilantes hologramas que simulan hojas de parra, pero Ania apenas los mira. Su atención está fija en el impresionante edificio frente a ella, con su diseño de curvas sinuosas y su jardín colgante lleno de vegetación de verdad.

Con el resonar de sus tacones, Ania se dirige hacia el jardín. La música vibrante y las luces de los hologramas musicales la envuelven mientras admira el paisaje. Los árboles se mecen con suavidad con la brisa, las flores desprenden su dulce fragancia y el murmullo del agua de la fuente acaricia sus oídos.

Una risa maliciosa interrumpe su trance. Ania se gira para enfrentarse al joven de pelo ceniza y ojos claros: Diwan.

—Vaya, ¿a quién tenemos aquí? —dice él, pasando la lengua por sus labios con una sonrisa burlona—. Ania Olawale. Pensé que no vendrías después de la humillación de la última vez... ¿Te acuerdas?

Ania aprieta los dientes, recordando el engaño de Diwan.

—Por supuesto que me acuerdo, Diwan. Tú lo sabías pero me hiciste buscarlo como una idiota... Pensaba que éramos amigos.

—Tú y yo nunca seremos amigos, preciosa—responde Diwan con desdén—. Ahora lo único que me importa de ti es...

Antes de que pueda terminar, Ania lo interrumpe con firmeza, clavando en él una mirada furiosa.

—Ni lo sueñes, Diwan.

Diwan suelta una risotada y se aleja con sus amigos, dejando a Ania sola con sus pensamientos. Suspirando, busca a Royce entre la multitud, sin éxito. Necesita una copa. La necesita ya.

Sin embargo, una mano en su hombro la detiene en seco...

El hilo de las decisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora