Volví a caer al agua. Todo estaba oscuro, muy oscuro. No podía ver nada a mí alrededor. Tan solo sentía como el oleaje del mar me golpeaba. El agua se metía en mi boca y no podía respirar. Con algunas brazadas, intenté avanzar, pero de nada servía. No veía hacia donde podía ir. No tenía escapatoria. Estaba atrapado en medio de un océano de oscuridad. Mi muerte estaba próxima, o eso era en lo único en lo que podía pensar en aquel momento.
La fuerza del agua no atacaba sola. Lo acompañaban el viento y la lluvia, pero aquello no era algo que me disgustara. El agua no estaba demasiado fría y sentir la brisa sobre mi cara incluso me gustaba. Lo único que no soportaba de toda la situación era la incertidumbre de no saber hacia donde dirigirme para poder salir de allí.
Desesperado, volví a nadar hacia un lado. Luego hacia el otro. De nada servía. Tan solo agotaba mis últimas energías. Así que, finalmente, tomé una decisión, pues solo había una cosa que podía hacer. Cogí aire y me detuve. No luché contra la corriente. Tan solo me relajé y me dejé arrastrar por ella. Así fue como comencé a avanzar poco a poco. Sin un rumbo fijo, pero con la seguridad de que aquello me sacaría de allí, pude detener mis miedos; y con la mente en calma, tranquilo, pronto me di cuenta de que estaba flotando sobre el oleaje. No tenía que hacer nada, tan solo concentrarme en respirar. Inhalar y exhalar. Inhalar y exhalar. Una y otra vez. Con control.
Aquella incertidumbre que había sentido en un inicio, ya se había ido. Ahora estaba bien. Ya no existía el miedo, tan solo la paz del momento en el que me encontraba. El balanceo del agua, la lluvia y la brisa del viento me hacían sentir más vivo que nunca. Hacía mucho tiempo que no tenía esta sensación. Fue fascinante sentir como aquella experiencia me llevaba de nuevo a la vida cuando instantes antes yo tan solo esperaba la muerte.
En paz, al fin encontré una solución. Era una lejana y pequeña luz blanca que antes de que pudiera darme cuenta, se había convertido en un destello cegador. Así fue cómo lo vi en un principio, pero pronto descubrí de que se trataba en realidad. Alto como una torre y blanco como el marfil, aquel faro era mi guía. No me dirigía con la voz, como a mí me hubiera gustado, pero su iluminación ahora guiaba mi camino y eso era todo lo que tenía.
Me reincorporé sobre el agua, no había tiempo para relajarse, y haciendo uso de todas mis fuerzas, nadé en su dirección con la esperanza de alcanzarlo. No parecía estar demasiado lejos, pero con cada una de mis brazadas sí parecía alejarse más y más de mí. El mar no quería que yo llegara a él, pero mis ganas de lograrlo eran superiores al poder del agua. Ese fue el secreto que me hizo llegar a la orilla. Un peñasco áspero y duro que desgarraba la piel con tan solo sujetarse a él. Volví a resistir y lo escalé. No fue la subida más limpia del mundo, pero mi testarudez por sobrevivir lo hizo por mí.
Alcancé la base de aquella construcción que a sus pies se hacia mucho más gigante e imponente todavía. Desde allí abajo pude ver cómo alguien en su interior estaba manipulando la luz que me había guiado hasta allí. No sabía quien era. No pude reconocerlo, pero quería encontrarme con mi salvador para agradecerle lo que había hecho por mí.
Atravesé la puerta y subí por las escaleras de caracol a una velocidad impropia de mí, ansioso por llegar a la cima. Sin embargo, en cuanto la alcancé, allí ya no había nadie. La sala estaba vacía, o eso pensé, porque no era así. Frente mí, justo en el centro de la sala, se erguía un espejo. ¿Había sido yo mismo mi salvador?
Me acerqué para observar mi reflejo. Al principio no vi nada fuera de lo común, la imagen imitaba cada uno de mis movimientos a la perfección, pero pronto me di cuenta de que aquel no era yo, si no una mejor versión de mi; todo lo que yo siempre había querido ser, pero a lo que nunca había llegado.
Intenté tocarlo, quería conquistarlo, quería ser él. Mi mano se juntó con la de mi ser situado en el otro mundo, ese del que tantas historias se cuentan, pero que nadie puede asegurar si son verdad o no, y, por unos instantes, sentí que lo había conseguido. La perfección que había en aquel "yo" ahora me pertenecía, pero en cuanto mi mano se separó de la helada superficie de cristal, el rostro de mi reflejo cambió. Su mirada era perversa y su boca esbozaba una sonrisa llena de maldad. Me asusté al instante y él sonrió todavía más antes de hablar.
"Casi lo consigues, pero todavía no lo mereces. Vuelve a intentarlo mañana."
No sabría decir cómo, pero sus brazos salieron del lienzo de cristal y me agarraron por la ropa antes de empujarme con tal fuerza que yo poco pude hacer para evitar la caída. Atravesé el suelo de madera y seguí descendiendo por un oscuro y eterno abismo. Desde lo alto, mi reflejo me miraba sin dejar de sonreír en ningún momento. A pesar de que la imagen era aterradora, yo estaba seguro de una cosa, mañana volvería a intentarlo, aunque, de momento, tan solo podía seguir cayendo, seguir cayendo hasta aterrizar en el mar.