la noche

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Era el 13 de mayo de 1990, en la tarde, una familia volvía en el auto a su casa.
—Bien, Fausto, baja las cosas. Mientras tanto, yo ayudo a tu hermana a bajar del auto —dijo el padre del chico, bajando del auto.
—Bien, ahí ayudo —respondió una voz más joven, seguida del portonazo del auto bajándose de él.
Bajándose del vehículo, el padre recordó al chico que no debía cerrar tan fuerte la puerta. Mientras ayudaba a su hija a desabrocharse el cinturón, y al canto de “upalala”, la bajaba del auto mientras la pequeña se reía.
Terminó de bajar las cosas del auto: la yerba, las milanesas, los fideos y las demás compras. Lamentablemente, se había manchado el pantalón mientras bajaba un pote de champú. Su padre, por su lado, luego de terminar de bajar a su hermana, fue a ayudarlo, y le dijo mientras cargaba los paquetes de fideos en sus manos:
—Hoy a la noche, cuando te vayas a dormir, acuérdate de cerrar y apagar todo. No alcanza para evacuar ahora; el auto está que se cae a pedazos y demasiado no se nos quedó volviendo. Así que hazme el favor, no te acuestes tan tarde, que hoy hay alerta.
—Bueno, papá —le dijo mientras descargaba un paquete del auto.
El cielo seguía oscureciéndose, mientras la luz del seguro sol se escondía y dejaba paso a las oscuras nubes que presagiaban la dura noche.
Habían pasado unas horas desde lo ocurrido en el garaje. Él se levantó mientras el sonido de la lluvia inundaba el ambiente, la humedad se hacía presente en el aire. Él se encontraba husmeando en la heladera, viendo fijamente el queso como si mágicamente se convirtiera en un pastel bajo su mirada.
De repente, un sonido de afuera lo sacó de su trance con el queso. Se acercó en chancletas hasta llegar a la ventana, donde vio que la bolsa de basura que habían sacado en la mañana, justo después de que el camión de basura pasase porque se quedaron dormidos, estaba en el suelo. Decidido a que las alertas eran una exageración y que saldría afuera mientras pensaba en qué podría hacerse rápido para comer, quizás pan con queso sería la mejor opción.
Se dirigió hacia donde estaban las llaves. Era un regalo de sus abuelos, un trozo de madera barnizada con unos pequeños ganchitos donde reposaban las llaves del auto y del candado del galpón que habían hecho hace unos años para guardar leña en el invierno, pero no las llaves de su casa, lo cual debía haber desalentado al chico de salir afuera.
Él abrió lentamente la puerta de su padre, que estaba dormido tranquilamente al lado de su hermana, que estaba sobre el acolchado de la cama.
—Seguro tuvo otra vez un mal sueño —pensó para sí mientras la levantaba para taparla.
Luego de eso, encontró las llaves en la mesita de luz de su padre, las agarró y salió hacia afuera de la habitación, agarrando un paraguas para no mojarse dirigiéndose a la puerta, la cual parecía negarse a ser abierta, puesto que la mañosa y vieja puerta de enfrente solía trabarse. Pero luego de varios intentos, logró abrirla y salió afuera. No se molestó en cerrarla, no vaya a ser que se trabaje devuelta como aquella vez y tuviera que trepar el muro del patio para entrar por atrás.
Agarró la bolsa de basura y dejándola de vuelta en la canasta, un rápido sonido que confundió con el viento lo sorprendió, moviendo la puerta, pero no le dio tanta importancia. Volvió a entrar rápidamente, no quería mojarse, cerrando de vuelta la puerta con llave. Era raro, el gato de la vecina no se escuchaba, siempre maullaba en las noches, tanto que ya se habían quejado muchas veces con ella, pero siempre respondía con su excusa perfecta.
—No hablo gato, pero si quieren pedirle que deje de maullar a las noches, vayan y pídanle personalmente.
Ese gato blanco lo irritaba; muchas veces su maullar lo hizo dar malos exámenes por falta de sueño, y la noche anterior hizo que se levantara tarde para el camión de basura.
Dejó las llaves en el regalo de sus abuelos, y fue de vuelta a la cocina a hacer un pan con queso. Vio el dulce de leche y decidió hacerse unos panes con ambos, y luego ir a dormir.
Se dirigía a su habitación cuando sintió un raro olor proveniente de la habitación de su padre. Era sangre, un fuerte olor a sangre inundaba todo el pasillo, temblando y con los lagrimales a punto de explotar, esperando lo peor, abrió la puerta.
—Un femenino menor, un masculino menor y un masculino mayor son lo que encontramos en la cosa —se escuchó en la radio de la policía, mientras salía de la escena del crimen, y vio a una vecina que desesperadamente colgaba carteles de un gato blanco y preguntaba si lo habían visto en otro lado de la calle.

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⏰ Última actualización: May 08 ⏰

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