Capítulo 1

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Something In The Way

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Ada logró cumplir su tedioso objetivo: desactivar el seguro de la ventana del departamento dúplex –luego de tener que hackear el sistema de seguridad que no era ningún chiste gracias a que el gobierno invertía en sus equipos, «Huh, pero no en la salud de sus agentes», pensó– para ingresar con una agilidad y maestría felina en su salto desde la ventana hasta el pequeño cuarto de lavandería que, curiosamente, tenía una canasta llena hasta el tope de ropa sucia. Ella sonrió y negó para sí misma; se notaba que la limpieza no era el fuerte del propietario del lugar. Salió del cubículo con pasos lentos y serenos, sin querer perderse ni el más mínimo detalle, así podría asegurarse de haber entrado en el lugar correcto, pues le fue más difícil localizar aquella safehouse del gobierno, a decir verdad. Antes de descender a la primera planta, optó por pasar a, lo que creyó, la habitación del ocupante de la residencia.

Se dio cuenta que se había equivocado: ese lugar no era ninguna estancia gubernamental, era el hogar de alguien que la había decorado a su gusto hacía años, de un modo austero y agradable.
Levantó un pequeño cuadro de fotos que había tumbado contra la mesita auxiliar, ocultando su contenido y lo que vio la dejó atónita y fascinada: sin duda ese pequeño niño de extensa melena áurea que sonreía era Leon de niño, quien se encontraba en brazos de una mujer de cabellos color miel y un hombre alto de pelo castaño claro.

Emocionada, lo colocó en su lugar; o donde intuía que lo era. Desvío su vista hacia el resto de marcos de fotografías, que todos se acomodaban en un orden cronológico, simétricamente. La verdad, no le fue, ni un poco, difícil saber quien era el agente en las imágenes, pues su cabello lo delataba siempre. En una se podía ver a un adolescente, junto a varios más, vistiendo un conjunto deportivo para jugar al fútbol en una cancha, luciendo una notable sonrisa de oreja a oreja, seguramente, por llevar un trofeo en las manos. En la siguiente, valla que se sorprendió: el rubio de pelo perfecto, esta vez, vestía un traje completo de color blanco para practicar la esgrima, mientras sostenía un florete español en una mano, la máscara de protección en otra y una medalla de campeón se colgaba de su cuello; no sabía que él hubiera sido tan deportista en su vida anterior; pensaba que se volvió tan atlético por su entrenamiento como operativo del Servicio Secreto. En la última que le pareció interesante, estaba Leon vistiendo un uniforme de policía, junto a una fémina de cabello acastañado. ¿Quién podría ser? Su cara no le sonaba a la de alguna agente que lo hubiera acompañado en alguna de sus misiones. Una idea se le formó con rapidez, al visualizar la foto de la graduación de la academia de policía de Leon, donde también estaba la misma chica. «A de ser una amiga suya de antes de Raccoon».

Lo que era raro, de verdad, fue que, por más que esas fotos daban evidencia de un pasado deportivo, fue la inexistencia de aquellos reconocimientos en el cuarto que, salvo por la ya mencionadas, no tenía otra evidencia de haber sido el sitio donde se dejaron. Aquel era el hogar de Leon, era su hogar, pero no en el que se crió durante toda su infancia y parte de su adolescencia, sino su hogar presente que guardaba algunos pocos vestigios de su historia personal. Logró notar, por mucho, que el apartamento era bastante antiguo, porque el suelo era de madera de cedro y las paredes eran de un color blanquecino limpio sin ni una imperfección o suciedad en ellas.

Se quitó el abrigo de piel de cordero marrón y los guantes negros que vestía, dejando ver su blusa de manga larga carmesí brillante y sus delicadas manos, dejándolas a un lado de la amplia cama, donde no estorben. Bajó las escaleras que la llevaron directo al comedor. No habían trastes sucios, eso era sorpresa, pero las latas de cervezas eran lo que más sobresalía en el tacho de la basura de la cocina. Sobre la mesa ratona del living yacían varias revistas y papales.

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