my dearest . . . ballet dancer.

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tuc. tuc. tuc. tuc. tuc. tuc.

el repiquetear de la lluvia se había convertido en un sonido monótono, fijo, continuo. como el ruido que hace un metrónomo antes de que su músico se disponga a tocar, como el ruido que hace la tela del tul de una bailarina antes de que comience el primer plié. porque el sonido, cuando empieza a ser molesto, se convierte en ruido.

y era tan sutil que retumbaba en los oídos de isabella.


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abrió los ojos de golpe. era de madrugada, de eso estaba segura, pero no tenía nada que le pudiera indicar la hora. debía ser bien entrada la noche, pues por la única ventana que tenía se colaba el tenue brillo de la luz de la luna, casi oculta por el nubarrón que descargaba toda la rabia contra la región de valdái. eso había sido lo que la había despertado, la lluvia contra el cristal medio agrietado que, con suerte, se mantenía aún intacto.

isabella se incorporó, quedando sentada sobre el colchón. si es que a eso se le podía llamar colchón, porque se asemejaba más a un trozo de tela roído y manchado que amortiguaba lo justo para no clavarse las astillas del somier que a un verdadero lugar donde nadie podía dormir. fue ese movimiento, el de alzar la espalda e intentar estirar las piernas al girarse y posar los pies en el suelo, lo que hizo que un rayo de electricidad dolorosa recorriese todo su cuerpo. casi había olvidado lo que había pasado hacía unas pocas horas. las drogas habían dejado de hacer efecto y el entumecimiento que sentía en los muslos y los brazos lo confirmaban. un suspiro escapó de sus labios antes de hacer acopio de toda la fuerza que le quedaba para impulsarse y levantarse, con un gruñido gutural saliendo de su garganta.

al contrario de lo que solía pensar, los encuentros nocturnos con alfa, como se hacía llamar, no eran bien tolerados por su pequeño cuerpo adolescente. con dieciséis años, la rubia recibía al mandamás de el refugio noche sí y noche también, y con toda la diligencia que podía tener una bailarina de ballet retirada y secuestrada a horas de su hogar, tragaba las suficientes pastillas para no recordar nada de la noche anterior. no era lo peor que le podía ocurrir allí, era consciente de ello, pero eso no hacía que se sintiera privilegiada. a pesar de tener una cama propia, una habitación - llamar así a las cuatro paredes de hormigón y la puerta carcomida por las termitas era ser demasiado generoso - propia y a una intimidad mínima; isabella no sentía que fuera privilegiada en ese lugar. sí, disfrutaba de ciertos premios, como el pase libre por el refugio sin vigilancia durante una hora al día; o como el tiempo libre del que podía hacer uso siempre que quisiera y sin límites. pero, ¿cómo puedes sentir que tienes un privilegio cuando te han despojado de toda tu identidad?

con dificultad y tras intentar dispersar las nubes que ocupaban su memoria, se miró en el reflejo del cristal a punto de estallar. la lluvia no cesaba. unos ojos azules le devolvían la mirada, pero hacía tiempo que habían dejado de ser los ojos azules de bella. ella había dejado de ser bella hacía mucho, mucho tiempo. su pelo rojo, largo y salvaje había sido cortado y tintado para dejar una melena corta y rubia platino, fría y llena de rabia. su piel había perdido el brillo y el color, pálida y casi sin vida en parte por la alimentación a base de gachas de avena y en parte por la poca luz solar de la que disfrutaba. sus extremidades, antes esbeltas y ágiles, ahora eran torpes y descordinadas. sí, no había ningún tipo de duda. habían asesinado a bella zhakarova.

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