Capítulo -1: Muertos.

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Viajar.

A veces no es el destino sino el viaje lo que alegra el espíritu y rejuvenece el alma.

La noche comenzaba a caer cubriendo con su oscuro manto al asfalto cubierto por una delgada capa de nieve que más que todo parecía escarcha. Por la carretera, un puñado de autobuses, autos y gandolas iban y venían sin parar en direcciónes opuestas, mientras que en el interior del autobús donde ella viajaba todo estaba sumido en la plenitud de la calma.

Casi seis horas de viaje mantenían a los pasajeros agotados y somnolientos, las bocinas del autobús emitían una canción vieja, pero popular que hacía a los fanáticos del género cantar a todos pulmón; sin embargo, a Liseth no le gustaba en absoluto y, para su mala fortuna, su compañera de viaje amaba el género y venía todo el camino cantando u tarareando. En ese momento tarareaba a su lado.

—Por ustedes me sé todas esas canciones y para el colmo ni me gustan —protestó acomodándose el abrigo.

Viajaban ella y un par de amigos que más que amigos parecían pareja aunque no lo admitieran. Se dirigían a un pueblito, un destino turístico por su belleza al comenzar la primavera, que estaba próxima, porque estaba callendo las últimas nevadas que concluían el invierno. No era la primera vez que viajaban juntos, ya lo habían hecho en un par de oportunidades y solían hacer planes juntos o reunirse de vez en cuando.

—A ver, canta conmigo —le dijo la muchacha de cabello azabache a la altura del hombro.

—Dime, cantinero, tu sabes de penas, ¿A los cuantos tragos me olvido de ella?... —murmuró Liseth para no molestar a los otros pasajeros. Aunque no le gustaba se la sabía.

—Ella me ha cambiado por unas monedas... —siguió la otra. Su nombre era Betsabé.

De pronto la música dejó de sonar o al menos eso creyeron cuando el vehículo se patinó sobre una pequeña capa de hielo que se había formado por un charco de agua estancada.

Todos los pasajeros se levantaron de un brinco asustados por el frenazó que dió el conductor, gracias a los cielos no pasó a peores y siguieron su camino. Faltaban menos de media hora para llegar al pueblo.

Al llegar al terminal de autobuses del pueblo, el trío de turistas fueron al frente a parar un taxi que los llevara a la casa donde habían alquilado por las dos semanas que pasarían allí.

Ya era de noche y los postes de luz de la calle cada tanto parpadeaban pidiendo a gritos un cambio de foco.

—El bosque de los muertos —dijo Lis al recojer un volante publicitario del suelo.

—¿Qué? —preguntó el tipo que las acompañaba.

—Es un paseo por un bosque que le dicen así, dice aquí. Supuestamente está lleno de huesos de edqueloos humanos de más de cien años de antigüedad —le respondió haciendo bola el volante y lanzarlo a un bote de basura cercano.

—Para ver muertos voy al cementerio —dijo Betsa.

Lis no dijo nada porque justo en ese momento llegó un taxi.

Habían alquilado una casa compartida en un rincón del pueblo, y allá los llevó el chófer del taxi.

Llegaron y las luces estaban apagadas en su totalidad, y en cuanto bajaron del taxi notaron como se encendieron las luces de la planta baja. Era una casa bastante linda, de paredes color mármol y puertas y ventanas de madera oscuras.

El chico, cuyo nombre era Alexandro, se aproximó a golpear la puerta, pero en cuanto levantó su puño, la puerta se abrió dejando ver a un hombre de aproximadamente poco mas de medio metro, cuánto mucho metro sesenta. Era extraño, tenía el cabello albino y ojos color lila.

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⏰ Última actualización: May 15 ⏰

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