Masturbación Tras el Divorcio

1.2K 25 11
                                    


El eco del silencio llenaba la casa. Era una sensación extraña, estar completamente sola después de tantos años de matrimonio. Las paredes que antes resonaban con risas y conversaciones ahora se sentían vacías, pero no era una sensación del todo desagradable. Sentía una mezcla de libertad y miedo, como si estuviera redescubriendo quién era yo en realidad.

Esa noche, después de haber firmado los últimos papeles del divorcio, decidí darme un baño. La bañera se llenó lentamente con agua caliente y burbujas aromáticas. Me desvestí lentamente, dejando caer la ropa al suelo, sintiendo la frescura del aire en mi piel. Entré en el agua, dejando que el calor relajara mis músculos tensos y la espuma acariciara mi cuerpo.

Mientras me sumergía en el baño, mis pensamientos comenzaron a divagar. Había sido tanto tiempo desde que había pensado en mí misma, en mis propias necesidades y deseos. Durante años, había estado enfocada en mi matrimonio, en tratar de hacer que funcionara, pero ahora era el momento de enfocarme en mí misma.

Mis manos, guiadas por un impulso repentino, comenzaron a recorrer mi cuerpo bajo el agua. El contacto de mis dedos con mi piel era eléctrico, enviando pequeñas olas de placer a través de mí. Cerré los ojos, permitiéndome sentir cada sensación sin restricciones, sin culpas.

Mis dedos encontraron el camino hacia mis pechos, acariciándolos suavemente antes de bajar por mi vientre. Un suspiro escapó de mis labios mientras mis dedos se deslizaban más abajo, encontrando mi centro de placer. La suavidad del agua y la calidez de mis propias manos se mezclaron en una sinfonía de sensaciones que hacía mucho tiempo no experimentaba.

Comencé a mover mis dedos en pequeños círculos, aumentando lentamente la presión. La sensación de placer crecía, envolviéndome en una nube de euforia. Cada movimiento, cada caricia, me llevaba más cerca del clímax, un punto de liberación que parecía estar al alcance de la mano pero que quería prolongar un poco más.

En ese momento, todas las preocupaciones, todos los miedos y todas las inseguridades se desvanecieron. No había nadie juzgándome, nadie a quien complacer, excepto a mí misma. Era un momento de redescubrimiento, de aceptación y de amor propio.

Con un gemido de placer, finalmente me dejé llevar por la ola de éxtasis que había estado construyendo. Mi cuerpo se arqueó en el agua, mis dedos continuando sus movimientos hasta que la última chispa de placer se desvaneció, dejándome exhausta pero satisfecha.

Me quedé allí, en la bañera, disfrutando de la calma que seguía al clímax. El agua aún estaba caliente, la espuma se arremolinaba a mi alrededor, y una sensación de paz me envolvía. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que estaba en control de mi propia vida, de mi propio placer.

Salí del baño, me sequé lentamente y me deslicé en la cama con una sonrisa en los labios. Sabía que este era solo el comienzo de un nuevo capítulo en mi vida, uno en el que aprendería a amarme y a cuidarme a mí misma antes que a nadie más.

Y mientras me acurrucaba bajo las sábanas, supe que estaba lista para lo que viniera, porque había redescubierto el poder de mi propio placer y la fuerza de mi propia independencia.

Esa misma noche, mientras yacía en mi cama, las sombras de la habitación parecían abrazarme, ofreciéndome una intimidad nueva y reconfortante. Los recuerdos del baño todavía estaban frescos en mi mente, y sentí un deseo creciente que no podía ignorar.

Deslicé mis manos por mi cuerpo una vez más, sintiendo el contraste entre la frescura de las sábanas y el calor de mi piel. Me dejé llevar por el impulso, acomodándome al borde de la cama, con las piernas abiertas y los dedos explorando con más confianza que antes.

Mis dedos encontraron su camino hacia mi clítoris, y comencé a acariciarme lentamente, disfrutando de cada ola de placer que recorría mi cuerpo. El silencio de la casa parecía amplificar mis gemidos suaves, convirtiéndolos en una sinfonía de deseo que resonaba en cada rincón.

Mi respiración se aceleraba mientras aumentaba el ritmo, moviendo mis dedos con más insistencia, más hambre. La libertad de este acto solitario, sin la necesidad de complacer a nadie más que a mí misma, me llenaba de una satisfacción que nunca había conocido. Me di permiso para ser egoísta, para buscar mi propio placer sin reservas.

Sentí cómo el clímax se acercaba nuevamente, cada caricia llevando mi cuerpo a un nuevo nivel de euforia. Mis gemidos se volvieron más fuertes, más urgentes, hasta que finalmente me dejé llevar por una ola de orgasmo que me hizo arquear la espalda y morderme los labios para no gritar.

El placer era abrumador, y mis dedos continuaron sus movimientos hasta que la última chispa de éxtasis se desvaneció, dejándome exhausta pero completamente satisfecha. Me quedé allí, al borde de la cama, respirando con dificultad y sintiendo el calor que aún emanaba de mi cuerpo.

En ese momento, supe que había encontrado algo poderoso en mí misma, algo que no dependía de nadie más. Era una sensación de plenitud y autocomprensión que me llenaba de esperanza para el futuro.

Mientras me acostaba nuevamente bajo las sábanas, me sentí lista para enfrentar cualquier cosa que viniera. Porque había descubierto la fuerza de mi propio placer y la paz de estar en sintonía con mi propio cuerpo, una paz que solo se encuentra en la verdadera libertad de ser uno mismo.

Doctora Natalia.





¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
"Masturbación Tras el Divorcio"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora