CAPÍTULO 4

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DALILAH

Paso gran parte de la tarde planeando cómo podría ir a aquella taberna. Los terrenos no son muy lejanos a los que mi padre iba a vender, así que sé dónde están, y el día de la obertura es exactamente hoy. 

Hoy es el día importante. Si alguien relevante va a estar allí, va a ser hoy. Hoy es mi oportunidad. 

No obstante, no sé cómo escapar de casa sin que Horith me eche en falta cinco minutos después de mi escapada, así que me voy a mi habitación —que ahora es nuestra— para tratar de pensar en algo sin notar la mirada de mi marido en mi rostro, como si supiera perfectamente que planeo escaparme. 

Me meto en mi habitación, con la mirada perdida mientras pienso, pero no tarda en recaer en la cama. Sobre el colchón hay un traje negro con decoraciones doradas y un vestido con la misma descripción; con guantes negros transparentes y tacones de aguja con los que probablemente me caería si me los pusiera. 

—¿Te gusta? —La voz suave de Horith hace sobresaltarme, y me giro lentamente para enfrentar su sonrisa complacida, la cual cae tan rápido como hablo:

—¿Qué es esto? 

—Ropa nueva. Hoy nos presentaremos juntos al primer evento de la alta sociedad, querida. 

No puedo verme de ninguna forma, pero no me hace falta. Sé de primera mano que he perdido el color verde de mi piel, quedándome paliducha. 

—Pensaba que no iríamos —confieso. 

—Lo sé, pero supongo que te hacía ilusión, ¿no es así? —Me sonríe, seguro de sus palabras—. Al fin y al cabo es lo único que haces para salir de estas cuatro paredes además de ir a esa floristería. 

Doy un paso hacia atrás, alejándome de él momentáneamente porque siento que me duele la cabeza. No tenía planeado nada para esta noche, pero… ir a esa celebración mientras Larkin y Ettrian continúan en paradero desconocido no me hace ninguna ilusión. 

—Realmente no me apetece —aseguro, y el semblante de Horith cambia radicalmente. La sonrisa desaparece, dejando paso a unos rasgos serios y algo molestos. 

—¿Se puede saber por qué no? —Se cruza de brazos. 

—No me encuentro bien —me excuso, pero su mirada fija hace que sepa que no se cree ni una sola palabra. 

—Ya no importa —dice sin darme pie a convencerlo de nada—. Lo tengo todo preparado. 

Horith no tarda en darse media vuelta y marcharse. Me siento en la cama, apoyando mis manos en las rodillas mientras observo las vistas del bosque a través del ventanal de delante, y trato de relajarme justo cuando la puerta se abre nuevamente. 

—Señora, el señor Gainac nos ha dicho que la ayudemos a prepararse —informa Rowena. Asiento con la cabeza porque ¿qué más puedo hacer? Y una vez entra, veo cómo tras ella también viene su hermano Krim. 

—¿Vendréis está noche? —Inquiero, mirándolos con esperanza. 

—Me temo que no tenemos ropajes, ni estamos autorizados. Solo puede ir Philip porque es el auriga —responde la fauno. 

Vuelvo a asentir y me tiro hacia atrás hasta que estoy tumbada en el colchón, dándole vueltas a que esta noche tendré que soportar estúpidas charlas y me arderán las mejillas de tanto obligarme a sonreír. 

Escucho los pasos de los hermanos faunos de aquí para allá. Krim me prepara un baño caliente para relajarme mientras Rowena comienza a probarme el vestido para asegurarse de que, aunque haya sido encargado con mis medidas correspondientes, no hay ningún problema. 

PROMESAS ENTRE SANGREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora