I

351 13 1
                                    


Habían terminado de racionar todas esas piezas de pan. Desafortunadamente, solo me entregaron un sola pieza a pesar de estar esperando desde el alba por un poco más. Sabía que Ethelia estaría completamente furiosa por ello, sin embargo no podía hacer nada más. Con el carnaval de fenómenos tan cerca de la ciudad, todo el mundo estaría completamente extasiado.

Sería difícil conseguir algo de comida durante los últimos meses.

Odiaba a ese maldito carnaval y sobre todo, a todos esos payasos. Mi hermano menor Simon, los amaba. Coleccionaba decenas de ellos, dejándolos puestos delicadamente sobre su pequeña cama, cada uno de sus rostros parecía cobrar vida cuando los veía, cuando tocaba su pecho y escuchaba aquellas maliciosas risas. Me enfermaba. Cuando Simon no estaba en casa sino en la escuela primaria, los escondía todos bajo la cama. Sin embargo inmediatamente, mi hermana mayor se daba cuenta de ello, regañándome, actuando como la madre que perdimos una vez.

Debía hallar la forma de encontrar algo más de comida. Al menos, algunas sobras. Sabía que todos estaríamos hambrientos al anochecer, más con la llegada de ese carnaval.

"El Carnaval de los 16", así lo llamaban en cada uno de los carteles que lanzaban al aire. Los aeronautas solían tirar una gran cantidad de ellos, acompañados de entradas con las cuales todo el mundo combatía derramando sangre por toda Ámsterdam. Solo pocos podían agarrar una o dos entradas. El precio por una desbordaba del millón, dinero con el cual nadie contaba.

El dinero solo se convertía en dos o tres monedas al día, si es que había suerte. Apenas podía alcanzar para comprar algunos fósforos o para un poco de carbón que sirviera para mantenernos calientes durante el crudo invierno.

La décimo tercera guerra había dejado letales consecuencias. Mi padre fue al último llamado, siendo entregado en restos puestos en una caja de zapatos, huesos tras huesos que recordaban tan solo el sufrimiento que debíamos seguir pasando. Había así una salida, escapar. Sin embargo al intentarlo, moriríamos.

Ese carnaval, los mantenía extasiados. A los pueblerinos, pero no a mí. Sabía que era otro espectáculo frívolo, la manera equivocada de atraer a los que se llamaban "Exclusivos". Aquellos demonios, brujas, vampiros, hadas, hombres lobos y hechiceros que disfrutaban ver toda clase de espectáculos frívolos. Nosotros "Los Excluidos", seres humanos de pies a cabeza, seguíamos viviendo en esa comunidad. En el Domo. Salir, era una ofensa. El mundo era dominado por monstruos y nosotros, debíamos seguir siendo sus leales súbditos. 

—¡Roan! —aquella era la voz de mi hermana—. Anda, debemos ir a casa.

Me dirigí hacia ella, arrebatándome de inmediato la única pieza de pan que había conseguido. Su mirada era de suma seriedad. Se estaba tomando en serio el papel de seguir con el rol de madre sustituta.

Sabes que ya es tarde. Simon ya debe haber llegado de la escuela y sabes que no podemos dejarlo solo en casaexpresó molesta, agarrándome del brazo para que avanzara más de prisa.

Casa. Aquello no podía siquiera llegar a llamarse hogar. Vivíamos bajo el puente, donde los Exclusivos, en gran parte hechiceros lanzaban sus porquerías al rio. Todo lo que llegaba allí, servía como complemento para formar parte de la cocina, las habitaciones. Mi hermana era una muy hábil inventora. Sin embargo desperdiciaba sus días, siendo la más celebre mujerzuela de los adinerados vampiros. Era destacada en sus tácticas de conquista, con una paga completamente desastrosa.

—¿Sabes qué día es hoy? —mencioné, mientras me ayudaba a bajar aquel puente.

Claro que sí. El carnaval está en la ciudad. Millones de pueblerinos y de los altos puestos irán a ver el espectáculo expresó animada. El carnaval solo significaba para ella, el obtener a cientos de hombres comiendo de la palma de su mano.

El Antiguo Arte de Matar a un Inocente y Otros EspectáculosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora