Los días pasaron y nuestro encuentro fortuito con Maveric seguía resonando en mi mente. Aunque aún no nos dirigíamos la palabra, nuestras miradas eran intensas en cada oportunidad que teníamos. Las noches eran nuestro refugio y la biblioteca, nuestro pequeño santuario de miradas. Cada vez que le tocaba cuidarme, los martes aprovechábamos el momento para darnos besos y volver a sentir el tacto del otro.
Aunque aún no habíamos podido avanzar más, como para hacer algo en la biblioteca... no estoy tan loca. Aunque las ganas no me faltaban.
Mientras estábamos en nuestras alcobas, no paraba de hablarle de Maveric a Yurisa. Ella contorneaba los ojos, ya que le estaba contando por octava vez lo mismo: los besos, el sabor, todo. ¿Durante 26 años se me había negado esto? ¿Cómo era posible que la libertad de sentirme amada y querida se me hubiera negado desde el nacimiento? Esas preguntas comenzaron a rondar mi cabeza, y le pregunté a Yurisa:
—¿Qué piensas de todo esto?
Yurisa enarcó una ceja.
—Estás loquísima, Lana. Ya me has contado como diez veces lo mismo...
Me reí.
—No me refiero a eso. Me refiero a que hemos vivido encerradas aquí desde que tenemos memoria... Me pregunto cómo se sentirá ser libre.
Yurisa se acercó enojada hacia mí y me agarró la barbilla con firmeza.
—Sácate esas ideas de la cabeza. Sabes muy bien lo que pasa si un mago se escapa de la torre.
Mi mirada se ensombreció. Era cierto, si un solo mago se escapaba de la torre, todos los demás serían ejecutados. No puedo ser tan egoísta, aunque una vida con Maveric fuera de la torre me llegaba a la mente todas las noches.
Mientras hablábamos, podía sentir el peso de las paredes de la torre sobre mí, como si quisieran aplastar cualquier atisbo de esperanza. Las piedras, frías y eternas, habían sido testigos de generaciones de magos encerrados, soñando con la libertad que nunca llegaría. El aire era pesado, cargado con el aroma de la humedad y el polvo, impregnado de una tristeza casi palpable.Las noches frías eran mis cómplices en este deseo ardiente. Aprovechaba el silencio para tocarme, pensando en él una y otra vez. Mis dedos se humedecían mientras mi mente se embravecía, imaginando su cuerpo junto al mío, sintiendo su calor y su piel. Un fuego intenso me recorría cada vez que pensaba en tenerlo adentro, una sensación tan asfixiante como placentera.
Mi respiración se aceleraba y mi piel se erizaba con solo recordarlo. El anhelo de sentirlo me consumía, cada pensamiento sobre él aumentaba mi deseo. No podía aguantar más. Me preguntaba qué me estaba pasando. ¿Por qué él? En 26 años de vida en esta torre, nunca había sentido algo así por un hombre.
Nunca se me había pasado por la mente algún tipo de romance. Mi vida había sido solo libros, magia y mirar por la ventana hacia el exterior. Una vida de lo más aburrida, ahora que lo pienso.
Mientras caminaba por los pasillos de la torre con mis libros en las manos, una sombra cayó sobre mí y me empujó contra la pared. Me asusté, pensando que era algún tipo de monstruo invocado por los novicios que acechaba en la oscuridad. Pero entonces sentí su aliento cálido. Era Maveric.
—¿Cómo estás? —me preguntó susurrando al oído.
Me derretí al instante y me di vuelta, mirándonos a los ojos.
Maveric se había vuelto más impetuoso con el paso de los días. Ya no se contentaba con vernos solo los martes en la biblioteca, y no puedo culparlo; yo también sentía lo mismo.
—Bien, ¿y tú?
Ni siquiera me respondió y me cayó con un beso. Su boca se apoderó de la mía con una urgencia que me hizo temblar. Mis libros se deslizaron de mis manos y cayeron al suelo mientras sus brazos me envolvían con fuerza. Sus labios eran cálidos y demandantes, y su lengua exploraba la mía con un hambre desesperada. El mundo a nuestro alrededor se desvaneció, dejando solo la intensidad del momento.
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NOVAHEIM: Lana Nidel-Crónicas de una maga ardiente de Avengard.
RomanceLa vida de Lana Nidel está marcada por los muros de la torre mágica de Avengard, donde ha estado encerrada desde que tiene memoria. Como una poderosa maga, domina los secretos de la magia, pero también está atada por las estrictas reglas que rigen s...