Viernes, 17 de mayo de 2013
He dormido bien por primera vez en cinco días. Tal vez sea porque, ahora que le he enviado esos libros a Seokjin, por fin tengo la sensación de haber cerrado un capítulo de mi vida. Mientras me afeito, el imbécil del espejo me devuelve la mirada con unos ojos oscuros y fríos.
Mentiroso.
Joder.
Vale, vale. Tengo la esperanza de que llame. Le di mi número.
La señora Lee levanta la mirada cuando entro en la cocina.
—Buenos días, señor Jeon.
—Buenos días, Gail.
—¿Qué le apetece desayunar?
—Tomaré una tortilla. Gracias.
Me siento junto a la barra de la cocina mientras me prepara el desayuno y hojeo The Street Journal antes de meterme de lleno en The Seul Times. Aún estoy absorto en los periódicos cuando suena el móvil.
Es Jongyeon. ¿Qué diablos querrá mi hermano mayor?
—¿Jongyeon?
—Necesito salir de Seúl este fin de semana. Hay una chica que no me suelta del paquete y tengo que escapar.
—¿Del paquete?
—Sí, sabrías de qué te hablo si tuvieras uno.
Ignoro la burla, y entonces se me ocurre una idea retorcida.
—¿Qué te parece si nos damos una vuelta por Gwangju? Podríamos acercarnos esta tarde, quedarnos a dormir y volver a casa el domingo.
—Suena genial. ¿En el pájaro? ¿O te apetece conducir?
—Es un helicóptero, Jongyeon, pero sacaré el coche. Pásate por la oficina a la hora de comer y salimos desde allí.
—Gracias, hermano. Te debo una. —Jongyeon cuelga.
Siempre le ha costado mucho contenerse, al igual que las mujeres con las que se relaciona: quienquiera que sea la desafortunada, no es más que otra de una muy larga serie de rollos ocasionales.
—Señor Jeon, ¿qué quiere que haga con las comidas este fin de semana?
—Prepara cualquier cosa ligera y déjalo en la nevera. Puede que ya esté aquí de vuelta el sábado.
O puede que no.
Él no se volvió para mirarte, Jeon.
Dado que me he pasado buena parte de mi vida profesional gestionando las expectativas de los demás, debería dárseme mejor gestionar las mías.
***
Jongyeon se pasa casi todo el trayecto hasta Gwangju durmiendo. El pobre debe de estar hecho polvo, de trabajar y de follar: esa es la razón de ser Jongyeon. Está despatarrado en el asiento del copiloto, y ronca.
Menuda compañía va a hacerme.
Cuando lleguemos a Gwangju serán más de las tres, así que llamo a Jiwoo.
—Señor Jeon —responde tras dos tonos de llamada.
—¿Puedes encargarte de que nos lleven dos bicis de montaña al Holiday?
—¿Para qué hora, señor?
—Las tres.
—¿Las bicicletas son para su hermano y para usted?
—Sí.
—¿Y su hermano mide alrededor de metro setenta y cinco?
—Sí.