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El tiempo había pasado demasiado rápido. Hacía sólo unas semanas se encontraba tocando en una de las reuniones que su mejor amigo solía organizar, deleitando a los invitados con sus melodías y fumando un cigarrillo en el patio del salón antes de que la propuesta de ser parte de la orquesta de Ciudad de la ópera de Japón le llegara de golpe.

Recuerda aún el sonido del cigarrillo cayendo a sus pies al haberlo soltado por la impresión.

Era una gran oportunidad para un joven pianista como lo era Levi; pero aún así dudó. Porque no le iba mal en su puesto de trabajo y siendo pianista en eventos o reuniones los fines de semana. Eso, y porque el miedo e inseguridad de no llegar a ser lo suficientemente bueno como para ocupar un buen lugar dentro de aquella majestuosa ópera era demasiado.

Él amaba el arte. Amaba el arte de plasmar sus sentimientos en las melodías de cada canción y ser capaz de transmitirlo al público. Pero ¿realmente era lo suficientemente bueno? Aquella pregunta llenó su mente por más de una semana antes de decidirse por aceptar la propuesta y llamar a aquel extraño tipo que le había contactado.

Y ahora sus dedos se movían ágilmenye sobre las rústicas teclas del piano frente a él, inundando el enorme salón con hermosas melodías y la pasión que emanaba con cada toque sobre las teclas. Su cabello tan oscuro como la noche cubría su frente, ocultando sus tormentosos orbes, una capa de sudor comenzaba a cubrir su frente y su corazón latía al compás de la extasiada melodía.

Se sentía vivo.

Estaba vivo.

La pieza terminó y un par de aplausos hicieron eco por todo el salón, enfocó su vista en un costado del salón y pudo observar a la señorita Réqueda. Odiaba a esa mujer, su molesta voz y el como cada vez que tenía oportunidad irrumpía en el salón de música para narrar el cómo en su época la música era mejor, así como el talento de los músicos y el como Armando llevaba por mal camino a la ópera.

—Finalmente puedo escuchar una pieza decente... —su molesto acento francés golpeó sus tímpanos de manera tortuosa. —¿Podrías repetirla?

Desvió su mirada en busca de ayuda. Si no era socorrido terminaría por arrancarle esa odiosa peluca de la cabeza. Pero, para su mala suerte, ningún otro de sus compañeros se encontraban en el salón.
Armando le había pedido llegar antes y practicar a solas para pulir más a fondo su extraordinario don como pianista.

—Claro.

Suspiró y cerró los ojos, preparándose para repetir la pieza entregada por Armando nuevamente. Posicionó los dedos en las teclas correspondientes y estando a sólo milímetros de tocar las teclas, la voz de Michelle Réqueda inundó el salón.

—¿Por qué cierras los ojos? ¿Es este tu método de concentración? ¡Nisiquiera sabrás lo que estás tocando! —exclamó de manera dramática, como si acabaran de decirle que su vestido favorito acaba de ser dañado en la tintorería. —Comienza, pero con los ojos abiertos.

Hizo caso omiso por unos segundos, en los cuales solamente deseó estrangular a la mujer a unos pasos frente a él. Era odiosa, molesta y engreída. Además, estaba seguro de que su tiempo dentro del mundo de la danza y la música había expirado desde hacía mucho tiempo.

—Vamos, ¿no me escuchaste, jeune? —sonrió de manera molesta, creando una mueca escalofriante en su rostro ante sus palabras.

Si, ya sabía que era francesa.
¿Era necesario siempre tener que  intercalar una palabra en aquel idioma?

Con la mirada bien fijada en las teclas del instrumento frente a él, se concentró de la mejor manera posible e inició con la pieza. Segundos después del inicio solamente, podía escuchar como la pieza sonaba de manera seca, monótona y sin sentido. No estaba tocando bien, sin duda. Pero le habían advertido sobre no hacer enojar a aquella instructora, así que se contuvo y continuó.

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⏰ Última actualización: May 25 ⏰

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"Encuéntrame en París"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora