sea of time. (house of the dragon)

01; LOS TRES PRÍNCIPES

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LOS TRES PRÍNCIPES

Maegor el Cruel, el Rey más odiado en el continente, aquel que llevó desgracia a cada rincón del reino. Bajo su mando solo se podía oler la sangre y las cenizas en el aire, nadie estaba a salvo de el hombre que portaba la corona de su padre y usurpó el trono que por derecho pertenecía a su sobrino. Muchos decían que era un milagro de los dioses que no haya tenido descendencia, que estaba condenado a tenerla como castigo por asesinar a su sobrino y tomar a la viuda Rhaena como esposa. Quizás la única cosa que algunos admiraban del hombre era que nombró a su sobrina-hijastra su heredera. Aunque aquella historia no acabó muy bien y muchos lo señalaron como un acto de crueldad causado por el mismo Maegor que ya no se encontraba entre los vivos.

El dolor de la guerra no fue sanado hasta que el Rey Jaehaerys tomó el trono de hierro, pasando por sobre la heredera de Maegor tal como Maegor había hecho con su sobrino. Bajo el mandato de Jaehaerys el reino encontró la paz que tanto buscaba, ya no había más dolor, solo paz y libertad. El tiempo de Maegor había acabado y el reino dio vuelta a la página esperando no repetir la historia, pensando que aquel era el fin definitivo. Sin embargo, los dioses trabajan de formas misteriosas y por salvar a la casa del dragón harían las cosas jamás pensadas por el hombre como lo era el traer de regresó a Maegor Targaryen.

Aemma era joven cuando quedó embarazada por primera vez y todos la trataban con temor de que fuese a desfallecer con cada paso. El embarazo había sido gentil con ella, su abuela le había dicho que seguramente su bebé sería tranquilo como ella y su madre lo fueron en su infancia, y aquello le hacía sonreír. Había pensado en nombres, hablando con Viserys hasta altas horas de la noche sobre aquello, pero al final habían decidido nombrarlo en honor al abuelo del niño, Baelon Targaryen. A Aemma le gustaba sentarse a leer cerca de una ventana mientras acariciaba su abultado vientre, hablándole a su bebé porque sabía que podía escucharla y sentía que era el único que realmente lo hacía.

Todos a su alrededor la veían con lástima o como si fuese una piedra de oro, nadie la veía como una persona más, y era de esperarse pues era la esposa del heredero de Baelon Targaryen. Incluso a su bebé solo lo veían como una pieza más para el tablero de sucesión porque eso era todo lo que importaba. Pero ella no dejaría que su bebé se sintiera como ella, iba a quererlo y le enseñaría que es mucho más que el heredero de su padre. Aemma se encargaría de que su hijo supiera que su madre lo amaba como a nadie en el mundo y que siempre estaría a su lado.

—No te preocupes, Baelon, me aseguraré de que todo esté bien—murmuró en medio de lágrimas una noche en la que se sentía particularmente triste—. No te faltará el cariño de tu madre, no dejaré que crezcas sin mi.

El miedo de morir en la cama de parto había aumentado a medida que se acercaba la hora. Durante todo su embarazo se distrajo pensando en lo afortunada que era de tener a su bebé, de tener a alguien que la escuchase cuando no tenía a nadie más, empujando al fondo de su mente el miedo que le provocaba pensar en la cama de parto. Pero ahora, a nada de dar a luz, se sentía más sensible que nunca y el miedo no dejaba de apretarle el corazón.

—No vas a repetir mi historia.

En el décimo mes del año 93 después de la Conquista nació el tan esperado hijo del Príncipe Viserys y Lady Aemma Arryn. Un niño robusto, con el cabello platinado como el de sus padres, y con los ojos azules de su madre. Aemma había tenido un parto relativamente fácil para haber sido su primera vez y las parteras que la asistieron no dudaron en decir que los dioses la acompañaron durante el mismo. La joven solo había sonreído al escuchar eso, cansada como estaba luego de pasar horas dando a luz, sin saber que realmente los dioses habían estado a su lado. Nadie lo sabía, pero los dioses estaban ahí para ver el nacimiento de Baelon Targaryen, o mejor dicho, Maegor Targaryen.