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Nuevamente, Natasha y Elena, se encontraban en casa de los Salvatore. La castaña había obligado a su amiga a acompañarla, la cual no tuvo otra opción.
Ambas entraron en la casa y se sorprendieron con lo que vieron.
—No es bueno dejar a una chica desnuda. —Hablo una Rose en bata.
Ambas humanas alzaron sus cejas, sorprendidas, y apartaron la mirada.
Rose se congeló, avergonzada—. Perdon. Creí que eran...
Natasha la interrumpió— Nosotras.. lo sentimos.
—No hay nadie aquí. —Informó la vampiro.
—En realidad, te buscábamos a ti. —Hablo, está vez, Elena.
La de cabello corto asintió con una sonrisa divertida—. Entonces mejor me visto.
—Por mi no hay problema —dijo la rubia. La mujer le sonrió.
No la podían juzgar. Esa mujer es hermosa.
Elena le lanzó una mirada de reproche, a lo que la rubia solo se encogió de hombros.
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Luego de hablar con la mujer y contarle el plan que tenia, el cual la mujer se negó pero habían podido convencerla, se encontraban buscando al amigo de Rose, Slater. El cual parecía saber sobre Klaus, el vampiro malvado y más viejo de todos, quien quería a su amiga para un sacrificio.
—¡Slater! —Gritó nuevamente la mujer—. ¡Slater! Soy yo, Rose. Abre. —Al no obtener respuestas, la mujer se dio vuelta para observar a ambas jovencitas—. Lo siento. No está.
La castaña negó—. No. No vine hasta aquí para nada.
Natasha con la mirada le ordeno que abriera.
La mujer, ya cansada, abrió la puerta—. Después de ustedes.
Ambas amigas entraron. La voz de la vampiro resonó—. ¿Slater?
La rubia estaba molesta. Era obvio que el vampiro no estaba.
Elena iba a responder pero fue interrumpida por Rose—. Creo que no podrá ayudarnos.
La castaña corrió hacia donde se encontraba la mujer, quién observaba a un punto fijo, encontrándose con el vampiro muerto por una estaca en su corazón.
