té y café

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advertencia: contenido explícito, leer bajo su responsabilidad.

Había sido un arduo día de cursada y trabajo para ambos, no tenían ganas de hacer más nada que pedir algo para comer y dormir hasta que la alarma del día sábado, que sonaba más tarde que la de entre semana, sonara y los obligara a abrir los ojos, capaz que para apagarla y dormir un rato más.

Habían quedado en que Enzo pasaría a buscar a Julián por la facultad cuando el menor saliera del trabajo y el otro termine de cursar, y después irían al departamento del mayor.

La última clase de Julián ya estaba por terminar, y en su celular apareció la notificación del mensaje de Enzo diciéndole que lo estaba esperando afuera, lo abrió y tecleó un corto "Ya termina" y volvió su atención a la explicación de la profesora.

Cuando se dio por finalizada la clase, Julián agarró su mochila y metió su cuaderno con la cartuchera que llevaba, la cerró y se la puso al hombro, saludando a algunos compañeros antes de salir del aula.

Salió del edificio y se encontró con Enzo sentado en las escaleras de la entrada, boludeando con el celular. Como estaba de espaldas a él, le dio gracia joderlo, por lo que le empujó la espalda con el pie. El morocho se dio vuelta con el ceño fruncido de molestia pero su expresión cambió a una alegre cuando vio a su novio sonriéndole.

–¿Vamos? –dijo el mayor, esperando a que se ponga de pie. Enzo lo hizo y antes de empezar a caminar, lo atrajo a él de la cintura para darle un casto beso en los labios.

–Vamos.

Ambos comenzaron a caminar, guiados por Enzo, hasta el auto del mismo, hablando de sus días y otros temas que se les ocurrían en el momento. A dos cuadras de la facultad estaba el vehículo, Enzo le sacó el seguro y los dos se subieron en sus respectivos lugares. Arrancó y comenzó a salir a la calle. Julián no podía dejar de mirar lo bien que se veían los brazos tatuados de Enzo cuando giraba el volante, ni evitar sentir calor cuando apoyaba uno en su asiento para voltearse a mirar atrás.

–¿Tenés hambre? –le preguntó, sacándolo del trance que él mismo le había provocado. Julián negó con la cabeza.

–Na, tomé medio tarde la merienda, hace rato –aclaró. Enzo lo miró por un segundo mientras lo escuchaba y volvió su vista al frente antes de asentir.

–¿Seguro que no querés que pasemos por un Mac o algo así? Yo tampoco tengo mucha hambre –volvió a decir.

–No importa, igual si queremos comer algo en casa hay milanesas del medio día –se encogió de hombros. El morocho asintió.

Después de unos minutos de viaje rellenados por charlas triviales y la música que se reproducía de la playlist de Julián, llegaron al departamento del mismo. Dejaron el auto en el estacionamiento y se bajaron, caminando hasta el ascensor que los llevaría directamente a su piso.

Subieron y el mayor rebuscó sus llaves en el bolsillo más chico de la mochila, agarrándolas por el llaverito de Spiderman que tenían.

Abrió la puerta con las mismas y ambos se adentraron al lugar, donde reinaba el olor avainillado del aromatizante que había sobre un mueble, que a Enzo siempre le recordaba a Julián.

Enzo entró con familiaridad y dejó sus cosas sobre la mesa del comedor, Julián sacó una botella de agua de la heladera y bebió de la misma.

–¿Querés algo para tomar, gordo? –le preguntó Julián en un tono elevado, para que Enzo lo escuchase desde el baño. Puso agua en la pava para hacerse un mate cocido.

–¡Haceme un café, porfa! –gritó en respuesta.

Julián asintió aún sabiendo que el otro no lo veía y sacó dos tazas, en una puso un saquito de mate cocido para él y a la otra le agregó dos cucharadas de café instantáneo y dos y media de azúcar, como sabía que le gustaba a Enzo.

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