Algo sin resolver

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Yo a mi jefa nunca le contaría que apenas puedo dormir porque no puedo parar de pensar en ella.

Aquellas palabras no dejaban de resonar en la mente de Marta, junto con las miradas y las sonrisas que habían intercambiado ambas unas horas antes en la tienda. Ese encuentro al completo la tenía desubicada. Hacía que le resultara imposible concentrarse en los papeles que tenía repartidos por el escritorio, documentos todos bastante urgentes y que debían estar revisados para ayer. Pero la única urgencia que Marta era capaz de sentir en ese momento era la necesidad de volver a ver a Fina.

Cuando había ido a buscarla a su habitación el día anterior para ver cómo estaba, la había encontrado rota. Hasta ese momento había podido mantener la ilusión de que su decisión de romper era fácilmente reversible, que bastaría con verse y hablar como sólo ellas sabían para arreglarlo todo y volver a ser una pareja. Incluso había empezado a planear una escapada al hotelito de Illescas. Pasarían la noche juntas y le daba exáctamente igual que su marido al día siguiente la atosigara preguntando dónde y con quién había estado. ¡Al demonio con Jaime! Le había mostrado su indiferencia con hechos y con palabras, si no quería entenderlo... era su problema.

Pero al ver a Fina llorando en su cama, más dolorida que después de recibir aquella puñalada, había entendido que debía respetar su decisión. Al fin y al cabo, ella misma se lo había puesto en bandeja. Y al observarla por la mañana en la cantina, rodeada de toda esa buena gente que tanto la quería, Marta había entendido que las separaba un abismo. Fina realmente tenía una libertad con la que ella ni siquiera se atrevía ya a soñar porque el despertar siempre era insoportable. Fue entonces cuando se había permitido romperse ella también, en el momento menos adecuado.

Se había pasado parte de la tarde llorando. Primero en el jardín acompañada de Andrés, y después a solas en su habitación. Para cuando volvió a encontrarse con su hermano en el despacho de casa, ya estaba algo más entera. La charla con él, el comprobar por fin que alguien de su familia se preocupaba honestamente por ella, le habían otorgado el valor que necesitaba para pasarse aquella tarde por la tienda. Tenía miedo de ver a Fina, miedo de volver a encontrar aquel dolor en sus ojos y miedo de no ser capaz de retener sus propias lágrimas esta vez. No se había esperado en absoluto encontrarse a una Fina dispuesta a hablarle con sinceridad de lo que sentía.

Tampoco había esperado sentir ese ya familiar cosquilleo en el vientre al tenerla de nuevo tan cerca, mirándola de aquella manera, sonriendo, y hablando con un tono que Marta conocía a la perfección. Fina, su Fina, había estado flirteando con ella... pero eso no era posible ¿verdad? Acababan de romper, se suponía que las dos debían estar sumidas en la pena y la desesperanza. Sin embargo, allí sentada tras su escritorio, con la tenue luz del atardecer por única compañía, Marta empezó a verse atacada por los recuerdos. Unos recuerdos muy concretos, imágenes de todas y cada una de las noches que había compartido con su amor en aquella habitación de hotel donde Marta de la Reina había descubierto una versión de si misma que conseguía escandalizar a todas las demás versiones.

Cuando su respiración empezaba a ser más rápida de lo normal, Marta no se lo pensó dos veces y abandonó el despacho de la fábrica para dirigirse a la tienda. No sabía exáctamente qué iba a hacer, probablemente nada al final, pero sí sabía que necesitaba ver de nuevo a Fina. Faltaba un cuarto de hora para el cierre y aún tenía que hacer la recaudación. Era una excusa tan buena como cualquier otra.

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Cuando sonó la campana de la puerta, Fina se giró y no pudo evitar que le diera un vuelco el corazón al ver allí de nuevo a Marta, a doña Marta. Llevaba todo el día intentando acostumbrarse a llamarla de nuevo así en su cabeza. Seguro que eso ayudaría a volver a verla de otra forma. Sí, seguro que pronto todo pasaría y ella sería capaz de no temblar de deseo al tenerla cerca.

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