Mayo, 1960.
-María Victoria será su nueva compañera -repuso la profesora a cargo del curso.
Algunos dirían que la chica era esnob porque no miraba a sus compañeros. Su rostro estaba sin ningún rastro de emoción, situación que incomodó a la profesora, quien ya no sabía qué decir de la chica.
Carraspeó disimuladamente y la mandó a sentar con un gesto.
María Victoria se sentó al lado de un chico estoico que la saludó con un rápido gesto de mano. Ella no le correspondió.
Ella era extraña, pensarían sus compañeros más adelante. Nunca saludaba, andaba con un bolso de charol negro y se sentaba en su puesto asignado. Solo sacaba dos lápices y empezaba a escribir en su cuaderno. Rápidamente escaló a las mejores notas del curso hasta llegar al primer puesto con un promedio casi perfecto. Pero, a pesar de ser ejemplar, había algo en ella que llamaba la atención. Tal vez era su cabello dorado, su piel blanca como la porcelana o sencillamente sus ojos grises con motas azules.
El que más sufría en su compañía era su compañero de banco, Marcos Gutiérrez. El chico de cabello oscuro, unos centímetros más bajo que María Victoria, quien medía un metro sesenta y cinco, no podía quedarse quieto. Sufría de hiperactividad, situación que en la época era poco conocida, así que para los demás solo era un ser desordenado.
María Victoria lo ponía nervioso, ni siquiera podía copiarle los deberes. Ella no le dirigía ni una mirada, ni aun cuando perdía la goma de borrar y necesitaba una, porque Marcos era experto en perder sus útiles escolares. Su madre siempre le decía que no perdía la cabeza porque la tenía pegada al cuerpo.
Así pasó el primer mes hasta que sintió la voz ronca de María Victoria murmurar contra el profesor de física.
-Es otra fórmula, porque el H2O... -
Marcos quedó pasmado, tanto que hasta la punta del lápiz se quebró. Por primera vez, María Victoria lo miró extrañada, o eso creyó él porque sus cejas rubias se arrugaron.
Y así fue como Marcos quedó maravillado y más asustado de la chica. Los ojos moteados de azul lo miraron un segundo, pero para él fue una eternidad. Dejó de escribir porque no tenía sacapuntas, y menos la chica le prestaría un lápiz, ya que solo tenía dos en la mesa y eran de plumas. María Victoria escribía con tinta.
-Marcos Gutiérrez -exclamó el profesor. Marcos justo estaba mirando por la ventana.
Marcos fijó la vista en su profesor, quien tenía un bigote tupido y una mirada feroz por naturaleza. Era rechoncho.
-No tengo lápiz. ¿Me presta uno, profesor?
Tal pregunta sería casi una falta de respeto, pero Marcos no tenía miedo. Sufriría una anotación negativa en su hoja de vida, una más de las tantas que ya tenía.
-Impertinente -el profesor miró a María Victoria, quien seguía escribiendo en su cuaderno como si no pasara nada a su alrededor-. María Victoria, préstale un lápiz.
La chica le prestó el único lápiz que le sobraba, era rojo, y a Marcos le habían dicho que el lápiz rojo era una falta de respeto porque le quitaba seriedad a los documentos importantes. Era casi como un grito, decía su madre.
-Es rojo, profesor -repuso el chico, un poco asustado, pero nunca lo reconocería.
La escritura de María Victoria paró por un segundo ante la frase del chico, manchando el cuaderno.
-No me interesa, la próxima clase tendremos examen -el profesor terminó de hablar con el curso, que empezó a abuchear, ignorando a Marcos-. Silencio y terminen de escribir.
Marcos olvidó decir gracias por el lápiz prestado, pero poco le importó a su compañera de banco. Poco le importaba su clase, ella sólo escribía.
Sonó la campana y Marcos se quedó con el lápiz. Por primera vez, a Victoria no le importó no tener su lápiz de vuelta.
Los recreos en el colegio se basaban en mirar a las muchachas por parte de los hombres y a los muchachos por parte de las chicas. Los inicios del primer amor se respiraban en el aire, situación que causaba problemas a los profesores, quienes aún no se acostumbraban a tener una masa de estudiantes mixtos en género y especialmente con las hormonas alborotadas.
Marcos era la excepción. Su madre, la figura materna y paterna, todavía lo sermoneaba por andar jugando en el estero con el perro de la familia. Así que su recreo se basaba en jugar a las bolas de cristal con algunos compañeros a quienes tampoco había tocado a la puerta el fulgor hormonal.
-Marcos, ¿qué se sintió al tener un lápiz caro en tus manos? -El intercambio entre él y María Victoria no había pasado desapercibido entre sus amigos.
-Nada -mintió. No quería quedar como un bruto.
-Claro, miente no más -repuso Orlando, un chico blanco que tenía unos bigotes precoces.
-No miento y lo sabes. Además, no lo usé porque la primera palabra que escribí dejó un borrón de tinta -recordó que no le había entregado el lápiz a su compañera.
Era el último recreo y se irían a casa. Tendría que ir a dejarlo a su casa. No podía llegar con algo tan caro a su casa, su madre pensaría que era ladrón. Claro, la señora Gutiérrez siempre dudaba de su hijo.

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Dulce como chicle
Roman d'amourMaría Victoria es una chica seria y reservada, siempre destacando en sus estudios y manteniendo una actitud distante hacia sus compañeros. Marcos Gutiérrez, en cambio, es un chico desordenado y lleno de energía, conocido por su incapacidad para qued...