61. La transparencia de la relación

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Emma los obligó a despertar después de una reveladora tarde y aunque la pareja de enamorados no estaba muy de acuerdo en salir de la cama, tuvieron que abandonar la cálida habitación para encontrarse con el resto de los familiares e invitados, esos que estaban allí dispuestos a celebrar el cumpleaños número treinta de Joseph Storni.

Si bien la pareja había conversado sobre lo ocurrido tras su reencuentro, tenían la urgente necesidad de continuar sumidos en esa charla que tanta falta les hacía. Lexy necesitaba conocer sus reales sentimientos por el hombre que tenía a su lado y requería con urgencia encontrar una solución a esos problemas emocionales que no la dejaban abrirse ni entregarse por entero.

Tenía la cabeza hecha un lio y aunque intentó despejarse mientras se vestía frente al espejo de cuerpo completo, no pudo dejar de pensar y repetirse tortuosamente las palabras de Storni, ese hombre que estaba dispuesto a esperarla y curarla, aunque no supiera bien cuáles eran sus heridas.

—Te ves hermosa —musitó Joseph, abrazándola por la espalda.

Acomodó sus manos en sus caderas y su mentón en su hombro para mirarla a la cara a través del espejo. Lexy se sonrojó y ocultó la mirada y es que no podía evitar sentirse avergonzada después de lo acontecido. Ni siquiera ella misma sabía dónde había quedado esa mujer osada de la tarde, pero la necesitaba de vuelta o iba a volverse loca sin ella.

—Me gusta tu ropa nueva —siseó Joseph, besándole la piel de su cuello con lentitud y apretando sus dedos en sus caderas con una fuerza que a Lexy la hizo vibrar—. Voy a tener que poner ojo a todos los invitados que Emma trajo, hay muchos hombres jóvenes...

Se calló cuando la escuchó reír y se sintió maravillada al entender que el hombre estaba celándola a su estilo, cuidando también lo que tenía, diciéndole a su modo lo mucho que le importaba, lo mucho que la quería.

Lexy tomó el filo de su vestido con sus manos y lo movió sobre sus muslos para detallar bien el corte de la prenda, para admirarse mejor en el reflejo del espejo. Le gustó lo que vio y se sintió segura de lo hermosa que era, justo como Joseph quería que fuera.

Él también se veía bien, Lexy no podía negarlo y es que lucía perfecto con la ropa menos formal que había elegido para esa noche. Una sudadera de manga corta negra que se les adhería a los músculos de los brazos con delicia y unos vaqueros azulados que le marcaban el redondeado trasero que poseía.

Lexy volteó entre sus brazos para enfrentarlo y es que también quería marcar su territorio, aunque no como una novia psicótica y celosa.

—También voy a poner ojo, ¿sabes? —curioseó coqueta. A Joseph le encantó—. Las amigas de Emma son preciosas y empiezo a ponerme celosa —jugó y se levantó en la punta de los pies para besarle la mejilla.

La juguetona joven se echó a correr con un rápido movimiento que a Joseph no lo dejó pensar y la imitó, corriendo por la habitación para alcanzarla antes de que huyera y ganara. Como siempre ocurría, la alcanzó antes de que la joven llegara a la puerta y es que al parecer Lexy no entendía que echaba carreras con un hábil deportista y la lanzó a la cama para montarse encima de ella sin lastimarla. Acomodó sus manos a cada lado de su rostro y la miró por unos instantes, grabándose en lo más profundo de su ser esa risita que alguna vez le había parecido horrorosa y que ahora le parecía maravillosa.

—Vamos a aclarar una cosa, señorita Bouvier —siseó él sobre sus labios, presionándola con sus piernas contra la cama, creando esa tensión sexual que ya conocían bien—. Yo no tengo ojos para nadie más que no sea usted, así que, por favor, evite pensar o sentirse fea en comparación a las mujeres que están allá afuera, porque para mí, usted es la más hermosa.

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora