Te Volviste Rutina

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Despiertas con el sonido de tu alarma invadiendo la habitación. Abres los ojos lentamente y ves el resplandor del amanecer filtrándose por las cortinas. Sientes una mezcla de anticipación y nerviosismo en el estómago: hoy es tu primer día en el nuevo trabajo.

Te levantas de la cama y te diriges al baño, donde el agua caliente de la ducha te ayuda a despejar la mente. Piensas en todo lo que te espera: los nuevos compañeros, las nuevas responsabilidades, las primeras impresiones. Te miras en el espejo, observas tu peinado, rectificas tu ropa, y decides que estás listo.

El trayecto en el metro es un mosaico de rostros somnolientos y miradas perdidas. Te preguntas sobre las vidas de esas personas, cada una con su propia historia. Te preguntas si alguien más está tan nervioso como tú hoy. Las puertas del vagón se abren y sales junto con la multitud, sintiendo el envolvente bullicio de la ciudad.

Llegas al edificio de oficinas y un guardia de seguridad te indica la recepción. El recepcionista apenas te mira y solo se limíta a entregarte una tarjeta de acceso. Caminas hacia el ascensor, sintiendo la presión de cada paso. Al llegar a tu planta, las puertas se abren y una mujer amable te saluda, presentándose como tu supervisora. Te lleva por el pasillo, presentándote a tus nuevos colegas. Todos parecen amables y acogedores, pero no puedes evitar sentir una ligera tensión en el aire.

Te sientas en tu nuevo escritorio y comienzas a familiarizarte con el entorno. Los primeros correos electrónicos, las primeras instrucciones, todo es nuevo y un poco abrumador. A medida que avanzan las horas, notas que tus compañeros tienen miradas vacías, mecánicas, como si siguieran una rutina sin pensar. Intentas sacudir esa impresión y concentrarte en tu trabajo, pero la sensación persiste.

El tiempo pasa, y los días se convierten en semanas. La emoción inicial se desmorona bajo el peso de tareas repetitivas y sin sentido. Te levantas cada mañana con menos energía, con menos esperanza. Tu supervisor deja de ser la persona amable que conociste y se convierte en una figura de autoridad que vigila cada uno de tus movimientos. Los almuerzos con los compañeros se vuelven silenciosos, carentes de alegría.

Un día, mientras te miras en el espejo del baño de la oficina, notas algo diferente en tus ojos: la chispa de vida se ha desvanecido, reemplazada por una mirada vacía y sin emoción. Te das cuenta de que te has convertido en uno de esos rostros somnolientos y perdidos que veías en el metro. Ya no te preguntas sobre las vidas de los demás, porque sabes que son tan grises y monótonas como la tuya.

Al salir del trabajo, te unes a la multitud de trabajadores que se mueven como una marea, todos caminando al unísono, todos con la misma expresión de agotamiento y resignación. Eres uno más en el enjambre, un zombi asalariado sin sueños ni esperanzas. La rutina te ha consumido, y ya no recuerdas cómo era la vida antes de esto. La ciudad te envuelve en su abrazo mecánico, y te das cuenta de que, de alguna manera, siempre fuiste parte de este engranaje implacable.

Te Volviste RutinaWhere stories live. Discover now