Prólogo

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So, you can drag me through hell.


Cuando Matías cumplió 10 años su madre se sentó con él y le explicó que al cumplir 17 debería de unirse a un alfa. Un alfa noble, que había sido seleccionado por su padre décadas antes que el llegara a este mundo. Un alfa que cuidaría de él y que proveería para él.

Un alfa adecuado para poseer a un príncipe omega.

Cuando Matías cumplió 12 aprendió sobre celos, feromonas y vínculos. Sus nanas le contaron historias llenas de romance y dulzura en la que un alfa tomaba al omega de sus sueños y cuidaba de él por el resto de su vida, jurándose amor eterno en una ceremonia de vinculación.

Tenía 13 cuando una de sus amigas le contó que los hombres obtenían su visión multicolor al unirse en un vínculo, y que era por esta razón que los alfas buscaban amarrar a un omega con décadas de antelación, porque eran escasos.

Matías tenía 15 años cuando aprendió que la dichosa ceremonia se conocía como Shendika, y al ayudar a su hermano mayor a prepararse para la suya, comprendió porque su madre había cometido suicidio cuando él tenía 14.

En el Shendika, el omega era mordido en la glándula feromonal por su alfa, sellando el vínculo. Pero este vínculo no era bilateral, el omega no tenía permitido morder a su alfa. Y cuando Matías preguntó por qué, sus maestros se rieron de él, contestándole con condescendencia que ningún omega era capaz de resisitir el veneno que obtendría de morder a su alfa. Pero no morder al alfa significaba que la relación simbiótica que se formaba entre ambos era totalmente dependiente de parte del omega. Es decir, sus celos, feromonas, ciclos de su biología natural y hasta la maldita visión a color dependerían únicamente que el alfa jamás decidiera despreciar a su omega.

Ustedes son unas cositas tan frágiles, le había dicho el viejo beta.

Pero eso bastó para hacerle entender que su padre había mordido a otra omega, debilitando el vínculo que había mantenido con su madre hasta entonces. Reduciéndola a una omega defectuosa, que poco a poco perdió su visión a color del mundo y eventualmente quedó ciega. Sus ciclos de celo acabaron tan pronto como su padre presentó a su concubina como la nueva favorita, y relegó a su madre a un papel de esposa decorativa.

Ni siquiera a la reina, que era una beta, le pareció justo lo que el rey había hecho con la frágil y dulce omega que por años le había dado todo para mantenerlo a su lado.

Matías tenía 16 cuando aprendió que la última pieza del puzzle que nadie la había contado tenía que ver con el proceso completo de la vinculación: la copulación. Es decir, en la noche de su Shendika, los sabios de la corte inspeccionarían a fondo su anatomía para corroborar que el alfa le había reclamado como suyo, en absolutamente todos los sentidos.

A semanas de su ceremonia, recluído en el monasterio para omegas vírgenes, Matías escuchó a una de las sacerdotizas llorar desconsolada por la noticia que su hijo debía marchar al frente porque el Marqués de Korozec estaba a días de conquistar las tribus en el área limítrofe del reino.

Pero sumido en los baños de miel y leche, los libros que le educaban de las muchas maneras para complacer a su alfa, y las lecciones de sus institutrices para rendir sumisión total a su próximo dueño, Matías pensó que ese desdichado joven soldado que debía marchar a una muerte asegurada era más afortunado que él.

Forzado a colocarse el mismo una cadena al cuello, solo por el afán de sobrevivir, cuyo extremo opuesto sería sostenido por un hombre mayor y cruel que en su vida había visto.


Le Petite Mort |matienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora