Todo por una mirada

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—Esto no es correcto, Jesús no está de acuerdo con esto… —eso fue lo que dijo Amadeo justo antes de enredarse entre mis brazos para que nuestras almas se conocieran.

Ese día sentí cómo nos conectábamos profundamente, podía sentir cada latido y cada respiro que emanaba de su cuerpo. Sentía como si él y yo nos conociéramos desde hace tanto tiempo. Solo han pasado tres meses, pero siento como si hubiese pasado una vida entera…

Recuerdo cuando lo vi por primera vez, recuerdo cómo cruzamos miradas y no pudimos volver a separarlas. Yo estaba consciente de quién era y que pensar de esa manera sobre él era impuro, pero no lo pude evitar.

Me olvidé de él casi inmediatamente; dadas las circunstancias, no podía seguir pensando así. Después de la selección de flores seguí pensando en él, quería conocerlo, hablar con él, pero me pareció un poco imprudente, dados los pensamientos impuros que tenía sobre él.

Pasaron tres días y ya había podido dejar de pensar en él, pero justo ese día recordaría todas las impurezas sobre él. Ese día mi prometida Gretta y yo iríamos a cenar con su familia. Esta cena se llevaría a cabo por el cumpleaños de su abuelo. ¿Quién diría que ese día sería mi perdición? Llegando a casa de su abuelo, nos recibió su abuela con una sonrisa en el rostro. Sentí como si me quisiera dar a entender algo que yo no podría notar a primera vista.

—Pasen, siéntense y disfruten —dijo ella. Una vez adentro, Gretta y yo saludamos para posteriormente sentarnos en los lugares que estaban designados para nosotros.

Ese día me senté frente a dos personas: la prima de Gretta y su prometido... Amadeo.

Me llamó la atención las prendas que vestía ese día, eran bastante elegantes, además de que el color le sentaba bastante bien. No pude evitar pensar lo bien que se veía. Lo miré tan atentamente que no pude integrarme en la plática familiar, además de que él no se percató de mi mirada.
—Y dime, Alessandro, ¿estás emocionado por tu matrimonio? —me preguntó el abuelo de Gretta.
—Por supuesto que sí, Gretta es el amor que quiero tener toda mi vida —eso dije mientras que en mi cabeza solo podía pensar en Amadeo y en lo bien que se veía esa noche. Mentí, entiendo que es incorrecto, pero ¿es mejor decir la verdad?

Terminó la cena, era medianoche. Amadeo se despidió de todos, después de horas se percató de mi presencia.
—Oh, tú eres la persona a cargo de las flor... —dijo antes de que yo cortara sus palabras, interrumpiéndolo y le dije:
—Hola, sí, mucho gusto. Mi nombre es Alessandro. ¿Y tú eres...?

Yo solo quería que él supiera mi nombre, de alguna forma yo pensaba que dejaría una ligera marca en él.
—Jaja, hola Alessandro, mi nombre es Amadeo —yo sabía cuál era su nombre, pero que yo supiera el suyo y él, el mío no, sería un poco incómodo para él.

—Dame tu número de celular, y así podemos tener más detalles de las flores o solo si llegase a ocurrir algún cambio de último momento —dije.
Yo no tenía la intención de que fuera para asuntos de trabajo, quería hacerlo personal, pero si no era de esa forma no habría otra manera de conseguir su contacto.

—Claro, mi número es xxx-xxx-xxxx —en ese momento sentí como si me esperara algo muy doloroso solo por recibir ese numero.

Después de tres días, me decidí a llamarlo e invitarlo a tomar algo con la excusa de que quería afinar unos detalles sobre las flores. Mi intención era conocerlo más, pero no debía hacerlo. No es correcto, pero siento que por él haría todo lo incorrecto.

—Hola Amadeo, qué gusto saludarte. Quiero saber si puedes ir a tomar un café conmigo. Necesito aclarar detalles sobre las flores; además, tengo algunas dudas que solo tú me puedes aclarar —dije con nerviosismo.

—Claro, dime cuándo, dónde y a qué hora —lo quería ver ese mismo día, pero solo pude decir:
—El sábado a las 11:00 p. m. en Villa Crespi.


El fruto prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora