Nunca se había sentido tan vacío como ahora.Su habitación se sentía tan sola, que si no fuera por el ruido de la televisión encendida en el otro cuarto, todo estaría en completo silencio y en serio, necesita más whisky.
En su intento por llegar a su cocina, pateó dos que tres botellas, haciendo un fuerte estruendo por todo el lugar, probablemente rompiendo alguna de ellas, pero no tenía las suficientes fuerzas como para asegurarse de ello.
No había tenido fuerzas desde hace dos meses.
La muerte nunca había sido algo que lo aterrorizara, hasta que Andrea se fue. Todos aquellos libros que había escrito, algunos de ellos premiados, no se comparaban con el verdadero sentimiento de pérdida.
En sus largas noches de insomnio, se aseguraba a si mismo, que si tuviera las fuerzas suficientes de escribir, haría un libro tan malditamente real y cruel, que sus fanáticos se volverían locos de lo bueno que sería. Un libro en el que pudiera plasmar, letra a letra, su sufrimiento.
Lo había intentado, claramente, pero dos ordenadores estrellados contra la pared, y vidrios por todos lados fueron el resultado de ello.
Estaba real y completamente pérdido. Su sentido de pertenencia y existencia, estaba totalmente, por decir poco, apegado a su esposa; cada pequeño aspecto de su vida, cada decisión, absolutamente todo, había girado en torno a ella. Y ahora ella ya no estaba.
Sorbió su nariz antes de tomar un cuarto de la botella de whisky de un solo trago; después de pasar días sin estar completamente sobrio, había generado una especie de inmunidad al alcohol, y cada vez se volvía insuficiente.
Se negaba a usar cualquier tipo de narcótico, eso jamás le hubiera gustado a Andrea; probablemente tampoco le hubiera gustado verlo ahogado en alcohol, pero eso sería algo más complicado con lo que tratar. Aún con todo ese desorden en su sistema, podía racionalizar que ingerir alguna droga, sería lo suficientemente malo para su condición.
Si hacía bien las cuentas, y según lo que su estado podía permitirle recordar, llevaba aproximadamente cuatro días sin ingerir bocado alguno, no tenía hambre, y mucho menos el interés para preparar algo.
Y no podía ser egoísta, tenía una familia que se preocupaba por él, sus padres y hermanos lo aman, está seguro de que ellos no quieren verlo así tampoco.
Está harto de esto.
Y probablemente su cuerpo esté a punto de colapsar si no hace algo al respecto ahora mismo.
Es difícil encontrar su teléfono, y lo es todavía más, encontrar un cargador en medio de todo el desastre que es su departamento. Lo inicia, y no espera a que todas las notificaciones termienen de llegar, cuando llama a la única persona que podría sacarlo de su espiral emocional.
¿Liam?
La voz de su mejor amigo a través del celular se escucha un poco diferente después de no haberla escuchado por semanas enteras.
— Liam, ¿estás bien?
— Hey Matt — comenzó arrastrando un poco las palabras — ¿Qué tal va todo?
— ¿Que cómo va todo? Debes estar jodiéndome. Todo el mundo está preocupado por ti, literalmente. No se te ha visto desde hace dos meses y ni siquiera te dignas en contestar el teléfono o en abrirme la maldita puerta cuando te voy a ver.
— Lo siento...
No sabe si su amigo lo escuchó disculparse, pero no había sido consciente del daño que le estaba haciendo a los demás con la forma en la que decidió sobrellevar su duelo hasta ahora.