Mi mano subía por su cintura, agarrándola con fuerza pero sin tanta brusquedad. Nuestros labios se chocaban entre sí y, en esos besos ahogados, unos gemidos recorrían toda la habitación pidiendo más. Eso era lo que escuchaba: sus susurros en mi oído y su voz caliente en el lóbulo de mi oreja.
Sus manos suaves recorrían mi espalda mientras él besaba mi cuello, bajando hasta mi ombligo. Toqué su cabello con suavidad mientras él acariciaba el mío con delicadeza y sensualidad a la vez. Era como si no quisiera que esto acabara, o mejor dicho, que no me quitara de encima de ella.
Lami con cuidado cada parte de su piel y besé cada rincón de su cuerpo. La penetré suavemente, haciéndola sentir viva y en las nubes. Pasaron unas horas antes de escuchar su último grito.
—Oh, Boruto —gimió de forma ahogada antes de descargar toda su excitación en mí.
Reposamos un par de minutos y volvimos a la acción. Pasaron las horas y ya me había despertado, un poco adolorido. En realidad, gracias a Dios, hoy es domingo. Bajé a la cocina a desayunar. Vi a Sarada y dejé un beso en su frente, luego me senté en el comedor.
—Buenos días, cariño —me dijo Sarada sonriendo de una forma dulce. Estaba feliz, ¿cómo no?
—Buenos días —respondí, mirando el periódico. Luego alcé la voz y pregunté—: ¿Y la bebé?
—Aún está dormida —respondió Sarada mientras preparaba el desayuno. Ok, no puedo mentir, pero ese delantal rosa le quedaba muy bien. Aunque creo que con esos pensamientos sucios, Sasuke me mataría. Pero él no está aquí, así que me levanté y me acerqué a Sarada, dándole una nalgada.
—No hagas eso, duele —respondió quejándose.
—No es para tanto —la miré de reojo y tomé una manzana.
—Papi —escuché una pequeña voz a lo lejos.
