Mi Buenos Aires querido

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En Argentina, año 1885, en una de las casas en los barrios más adinerados de Buenos Aires; Dentro de aquella gran sala, en la cual destacaban muebles caros, algunas decoraciones bañadas en oro y retratos familiares, el único ruido que resonó en el fino lugar fue el sonido seco de una fuerte bofetada.

—¿No fui lo suficientemente claro con vos, Matías?—

Y ahí iban de nuevo, probablemente desde que tenía uso de razón y memoria, lo único que escuchaba de su padre hacía él eran gritos, regaños y reclamos.

La cabeza de aquella familia, Martín Recalt, o el "Patrón Recalt" como muchos lo conocían, era un hombre bastante... exigente. No solo con todo lo que involucrase su trabajo, sino también con las expectativas que ponía sobre los hombros de su único heredero.

—No- es que yo...—

Quiso tratar de explicarse entre titubeos nerviosos, sin atreverse a levantar la mirada para ver a su padre a la cara, el cual, ni siquiera lo dejó continuar.

—¡Es que nada, Matías! Te encargué que prepararas las cosas para viajar, ¡No moviste ni un solo dedo en todo el día! ¡Ya te dije mil veces que ya no sos un nene, los hombres no están todo el dia sentados sin hacer nada!—

Se quejó aquel hombre a los gritos mientras se iba molesto de ese lugar, continuando con sus reclamos a distancia.

A pesar de haber vivido toda su vida en la capital de aquel país, tras haber cumplido sus 17 años su padre creyó que lo ideal para él sería ir conociendo mejor cómo se manejaba "el negocio familiar".

Los Recalt eran conocidos por su trabajo en la agroganaderia, por sus campos de cultivos de trigo y animales desde hace varias generaciones atrás, incluso desde que aún aquellas tierras aún eran denominadas "Las provincias unidas del Río de la plata".

Llevó su mirada hacia su madre en busca de ayuda en aquella discusión, mujer, la cual como siempre, en vez de defenderlo o darle algo de apoyo, solo le dedicó una mala mirada antes de también retirarse de allí, dejándolo completamente solo en aquella sala.

Apretó sus puños, sintiendo como el enojo y la frustración se apoderaba de él, respirando profundo mientras se veía obligado a solo agachar su cabeza nuevamente y subir aquellas escaleras hacia su habitación, acatando la orden que se le había dado desde temprano.

Sabía que no se irían para siempre, solo serían unos meses, pero la idea de abandonar su casa, su escuela y sus amigos, colocaba una sensación muy amarga y desagradable en su pecho.

Peor aún cuando de dejar atrás a Francisco Romero se trataba, su mejor amigo.

(...)

—Primero quedamos de vernos en la casa de campo de los Romero, tengo que arreglar unos temas con ellos—

Mencionó su padre mientras viajaban en aquel carruaje.

El castaño no respondió, solo asistió con su cabeza mientras continuaba viendo por aquella ventana kilómetros y kilómetros de campo, los cuales no eran nada interesantes, pero era mejor que mantener una charla con su padre.

Una vez que llegaron, las conversaciones entre ambas familias no duraron mucho que ya habian sido llevados hacia cierta parte fuera de la casa donde aquellos trabajadores se encontraban, Matías alejandose un poco pero viendo como aquellos hablaban y veían a esos hombres trabajando como si de animales se tratara mientras su padre negociaba un precio por ellos.

Necesitaban nuevos trabajadores en su campo y el patrón Romero, quien siempre alardeador de los buenos trabajos y cosechas que tenía en sus tierras, fue fácil convencer a Martin de hacer negocios con sus trabajadores.

El día que me quieras (matienzo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora