Un hilo entre la realidad y la imaginación.

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Capítulo 4.

Ives estaba de pie en la habitación contigua, observando la cama donde yacía el hombre que lo había salvado de los escombros. La habitación estaba sumida en una penumbra suave, iluminada por la tenue luz de una lámpara de noche. El hombre estaba rodeado de monitores parpadeantes, que registraban sus signos vitales con una precisión mecánica.

Se acercó lentamente a la cama, sintiendo una mezcla de gratitud y curiosidad mientras observaba al hombre dormir. De repente, notó un cambio en la respiración del hombre y vio cómo sus ojos se abrían lentamente. Ives contuvo el aliento, preguntándose si estaría bien o si su estado de salud había empeorado.

—¿Hola? —dijo el hombre con voz ronca, mirando a su alrededor con desconcierto—. ¿Dónde estoy?

—Estás en el hospital —respondió Ives—. Te desmayaste después de traerme acá.

El hombre frunció el ceño, tratando de recordar. —Sí, ahora lo recuerdo. Fue un caos total.

Ives se encogió de hombros. —Gracias a ti, estoy aquí. De lo contrario seguiría bajo los escombros.

El hombre asintió con gratitud. —No fue nada. Solo estaba haciendo lo que cualquier persona haría en esa situación.

Ives sonrió. —No todos hubieran actuado como tú. Estaba tan aterrado que incluso estando libre, no sabría si me hubiera movido. Estabas agotado y aun así me salvaste.

El hombre sonrió débilmente, soltando una risa seca. —Supongo que sí.

La habitación quedó envuelta en un breve silencio, solo interrumpido por el suave zumbido de los equipos médicos. Ives se sintió incómodo por un momento, no estaba seguro de qué más decir. La conexión entre ellos, formada en medio de la tragedia, era palpable pero frágil.

—¿Cómo te sientes ahora? —preguntó Ives, rompiendo el silencio.

El hombre se tomó un momento para considerar la pregunta, como si estuviera evaluando cada parte de su cuerpo en busca de alguna respuesta. Luego, se encogió de hombros con resignación.

—Estoy vivo, supongo que eso es algo. —Su tono era ligeramente irónico, pero también resignado.—¿Cual era tu nombre?

—Ives. No tuvimos la oportunidad de presentarnos. ¿El tuyo es...?

—Tom.

—Es un placer conocerte, Tom —dijo Ives, extendiendo una mano en un gesto de amistad.

Tom estrechó la mano de Ives con una sonrisa cansada pero sincera. —El placer es mío, Ives. Aunque me hubiera gustado que fuera bajo circunstancias menos... dramáticas.

Ives asintió con empatía. —Lo entiendo completamente. Pero a veces son las situaciones más difíciles las que nos unen de una manera especial.

Tom reflexionó sobre las palabras de Ives por un momento, como si estuviera considerando su significado. Luego, asintió con lentitud, reconociendo la verdad en ellas.

—Tienes razón, Ives. Supongo que estamos unidos por algo más que solo el destino.

La conversación entre ellos fluyó de manera natural, creando un vínculo que trascendía las circunstancias que los habían llevado a encontrarse. Hablaron de sus vidas, sus esperanzas y temores, compartiendo sus experiencias de una manera que solo aquellos que han enfrentado la adversidad juntos pueden entender.

Con el tiempo, la fatiga comenzó a pesar sobre Tom, y Ives se despidió con la promesa de volver a visitarlo pronto, siento básicamente solo una pared lo que los separaba.

El Eco del Desamparo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora