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Ahí estaba de nuevo, frente a aquellas enormes puertas de roble, talladas con el escudo de la familia real. Era la habitación a la que solía asistir diariamente, así que como de costumbre, tocó y alzó la voz.

—Príncipe ¿puedo pasar?—

Un "Adelante"  llegó desde el interior unos segundos después.

Nami, recibiendo el asentimiento de los dos guardias que permanecían custodiando la entrada, tiró de las pesadas manijas, dejando entrar un torrente de luz que iluminaba la habitación.

Con ella, empujó un carrito cargado con la cena, un festín digno de un rey.

Zoro, su majestad te estuvo esperando para cenar— exclamó cruzándose de brazos, ya estaba a solas con aquel importante chico, así que podía relajarse y ser ella misma.

No tenía apetito— respondió él desde el balcón, donde contemplaba el cielo nocturno, admirando las estrellas, que parecían más bien diamantes esparcidos sobre terciopelo negro, brillando con una intensidad que contrastaba con la tristeza en sus ojos.

Por favor, come, necesitas todas tus energías para mañana— insistió la criada, preparando los cubiertos de plata, y comenzando a servirle los alimentos que contenían las bandejas. Todo era exquisito, solo platillos de alta calidad, más para Zoro, simplemente no le eran apetecibles.

Una vez realizada su tarea, ella se encaminó hacia el príncipe para hacerle compañía.

Nami... recuérdame una vez más por qué tengo que casarme...— murmuró sin despegar la vista del cielo, el cuál le regalaba algo de plenitud.

La chica suspiró. No quería evocarle la verdad, la pesada carga que le obligaba a sacrificar su preciada libertad.

Nuestro reino lleva años en guerra con Goa. Las pérdidas son cada vez mayores. La facción militar se debilita, los campos están descuidados, la comida escasea... Si no se pone fin a esta situación, el reino colapsará— dijo con la voz llena de pesar.

Continúa—Ordenó el peliverde sin sorpresa. Él conocía la situación de primera mano. Había visto la desesperación en los ojos de los niños hambrientos, la resignación en los rostros de los ancianos que ya no podían trabajar la tierra.

La guerra era una plaga que se extendía por todo el reino. Los reyes, cegados por la ambición, se negaban a buscar la paz. Zoro, sin embargo, había aceptado su destino. Se casaría con el príncipe de Goa para poner fin a todo aquello.

Era su deber...

Goa está en la misma situación. Es una batalla de resistencia, una carrera por ver quién agota primero sus recursos. Sus majestades, por fin, han llegado a un acuerdo, un tratado de paz que se formalizará mañana con el matrimonio de sus herederos— terminó Nami, con la voz ahogada. Realmente se sentía mal, Zoro estaba cargando con el destino del reino entero, solo por haber nacido en la familia real, sería obligado a cumplir una gran responsabilidad, a la cual no tenía permitido negarse.

𝕸𝖎́ 𝕻𝖗𝖎́𝖓𝖈𝖎𝖕𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora