La Ceremonia

21 2 0
                                    

El primer día del año es el más esperado, pero también es el más temido, pues toda persona mayor de doce años tendrá que hacer la ceremonia de propósito. Yo me he escapado de tal ceremonia por cuatro años seguidos, los líderes de mi región me odian por eso, pero creo que en el fondo me entienden.

Entienden esa sensación de vacío a la que se somete tu estómago cada que se acerca dicha fecha. Sienten la piel de gallina y el temblor en sus extremidades.Pues ellos también tienen hijos, sobrinos, incluso nietos,y temen que los planes del Universo para ellos no sean los mejores.

—Amira —la voz de mi tutora causó eco en la habitación —. Ya es hora, tienes que bajar.

Asentí, sin siquiera ver su redondo rostro, lleno de pecas y su piel canela. Ari no tenía la culpa de que esa ceremonia se llevara a cabo, pero no podía evitar estar molesta, con todo, con la vida.

La ceremonia de propósito era indispensable, pues era el momento en el que tu vida tomaba sentido y empezaba a ir por su rumbo. Antes de ella solo eras un cordero perdido, con miedo o con aires de grandeza, cada quien decidía cómo ser o qué ser antes de la fecha. Después de esta el Universo lo elegía por ti.

Yo había sido afortunada, pues mis padres resultaron ser sanadores en la ceremonia de propósito, eso les dejo la libertad de escoger a qué área de la salud se dedicarían. Mi madre era médico familiar y mi padre era bioanalista.

—Tiene que haber otra opción... nadar hasta otra galaxia, vivir en una cueva —bromeé, consiguiendo que Ari sonriera, mostrando su perfecta dentadura, excepto por uno de sus colmillos superiores, que se había partido durante una funesta caída en la plaza y fue reemplazado por una pieza de oro.

—Dudo mucho que le asignen un mal grupo, un gran porcentaje de sus familiares pertenecen a los sanadores, y hay estudios que están a nada de confirmar que el resultado tiene mucho que ver con la genética —alentó, desde el umbral de la puerta —. ¿No le gustaría ser parte de los sanadores?

No tenía que pensar mucho. Había visto a mis papás trabajar toda la vida por la vida de las otras personas y me parecía el acto más noble de este mundo, moriría por ser como ellos, pero mi inquietud no era esa.

—Me encantaría ser uno de ellos —me limité a decir, con una sonrisa débil.

...

Miré mis pies, perfectamente cuidados, obra de mi mamá, ya que para ella el orden de una mujer se reflejaba en sus pies.

Y más arriba observé el borde de mi vestido, era beige, un color bastante arriesgado para la ocasión, el filo se adhería ligeramente a mis tobillos, el vestido era ajustado, de cuello alto y mangas largas, teníamos que hacer algo para sobrevivir al frío de esa época.

Todo era beige, menos el borde, que era negro, por eso no podía dejar de mirarlo.

Caminé hasta la puerta principal de la casa y la abrí, afuera estaba papá, tomándose algo, no sabia que era, en un vaso ancho y bajito, el líquido era amarillo y tenia burbujas que subían al borde del vaso.

Su cuerpo estaba apoyado en la puerta del copiloto de su auto. Veía el suelo como si tratara de descifrarlo.

—¿Lista? —preguntó, una vez que notó mi presencia.

Yo me limité a asentir y caminé en dirección al auto, descalza, pues nos lo exigian.

Subí a la parte trasera del auto y no hablé durante los veinte minutos de viaje. Sabía que eso le causaba cierta inquietud a papá, pero yo estaba muriendo de los nervios, mi cerebro no recordaba cómo hacer que mi boca se moviera para soltar las palabras.

Cuando vi esa gran pared de piedra, que debía medir diez metros, o más, mi cuerpo dejó de responder, solo podía prestarle atención a aquella estructura, a las enredaderas que le daban un poco de vida a lo que parecía la fachada del infierno, y a la puerta de acero que seguramente era gigante y pesada pero a comparación de la gran pared, se veía diminuta.

Sabía que papá me hablaba, pero nunca escuché ni una de sus palabras. Me bajé del auto y sentí como las piedras lastimaban mis pies.

Caminé hasta aquella puerta, sin escuchar nada a mi alrededor, de hecho sentía una presión en mis sienes, no sentía las manos de papá en mis hombros a pesar de que podía verlas ahí, una vez me encontré justo al frente me di cuenta de que no estaba equivocada, pues me sentía diminuta frente aquella puerta y sí, se veía indestructible.

Fue abierta lentamente, no había nadie detrás de esta, así que miré hacia arriba, un brazo mecánico trabajaba forzosamente para abrirla.

Tras esta puerta había grandes tribunas, hechas de concreto al parecer, se veían descuidadas y rústicas, el lugar estaba lleno de personas vestidas de colores extremadamente claros, cualquiera podría confundirse con el blanco, pues esa había sido la petición del Universo para este año, que nos viéramos puros.

Años anteriores se habia vestido de rojo, de negro, de verde, dorarado, marron y pare de contar, todo dependia de lo que el quisiera.

El suelo del interior seguía teniendo piedritas, que amenazaban con abrir la planta de mis pies.

Caminamos al menos cinco metros para poder llegar al primer escalón de las tribunas, subimos un poco más, buscando un lugar disponible, lo encontramos rápidamente y tomamos asiento.

Miré a los lados y todos los rostros lucían igual: estaban aterrados.

Esperamos al rededor de una hora, y luego salió Trina Collen, la traductora, ella nos acercaba al Universo a través de sus capacidades.

—Buenas noches, población de Trezo —Sus labios finos y pintados de rojo se movieron, como si fueran parte de un espectáculo —. Me complace anunciar que la ceremonia de propósito de este año ha iniciado.

Algunas personas aplaudieron, manteniendo una expresión seria, otras, incluyéndome, quedaron frías, sin poder respirar bien.

Trina llamó a cientos de jóvenes, educadores, sanadores, artistas, matemáticos, informáticos y constructores, hasta que llegó a mí.

—Amira Venot —Mi nombre retumbó en mi propia cabeza, me tomé unos segundos, para ponerme de pie.

Mi cuerpo estaba tembloroso y así bajé todos esos escalones, y caminé hasta el centro de todo el lugar, junto a la castaña de cuarenta y tantos años. Mis pies seguían descalzos y ardían.

En el suelo había una taza de cerámica blanca, llena de agua, al lado una navaja.

—¿Has caminado descalza todo este tiempo? —preguntó, yo asentí.

La ceremonia era fácil, hacían esto con cada uno de los presentes que aún no la habían realizado, del menor al mayor, los hacían pasar al medio cortaban la planta del pie y lo hacían meter el pie en el agua que guardaba aquella taza blanca. Dependiendo de lo que dibujara la sangre en el agua o cómo esta se diluyera llegaban a la conclusión de a qué nos dedicaríamos.

Ninguna persona recordaba cuándo había empezado esta tradición, o esta orden. Simplemente había estado siempre ahí, atemorizándonos, poniéndonos a tragar grueso o morirnos de ansiedad.

Ella tomó mi pie derecho, luego la navaja y sin pensarlo la pasó violentamente por mi pie. Siseé debido al dolor y observé cuando una gota de sangre se deslizó hasta mi talón y cayó al suelo. Luego me tomó el tobillo y metió mi pie en la taza, con agua totalmente limpia. Yo desvié mi mirada, temía lo que mis ojos pudiesen ver. Sentí el agua helada entrar en contacto con mi piel, también sentí una puntada de ardor.

Silencio.

Durante más de tres segundos.

Giré mi mirada nuevamente y la cara de Trina Collen no mostraba más que sorpresa.

El agua estaba limpia, mi sangre nunca manchó la taza, ni el agua, nada, parecía que no había hecho ningún corte.

—Tiene que haber un error —dije rápidamente.

Su mirada chocó con la mía y pude sentir su dolor.

—No, Amira —lamentó —. Eres una mortem.

Esas palabras acabaron con mi vida, en su completa expresión.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 07 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

PROPÓSITO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora