El sueño de Pato

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Patricio suspiro, tallando sus manos sudadas sobre sus jeans repetidas veces.

Alzó el mentón, sacudió sus hombros como para sacarse un peso y luego coloco su rostro lo más serio que pudo.

La puerta blanca frente a él se alzaba natural, cotidiana, pero en ese momento, mientras Pato sentía que su estómago se revolvía en nervios, esa simple puerta de madera parecía como la entrada al mismo infierno.

Y quizá no estaba lejos de serlo, pensó.

Su papa Max podía ser el mismísimo diablo si se lo proponía, y aunque por lo general era siempre dulce y accesible con sus hijos, cuando estaba molesto...

Pato volvió a sacudirse, negando para si mismo.

No.

No podía ser un cobarde.

Tenía que ser valiente, ya la había cagado de todos modos.

Ahora solo le quedaba ser un hombrecito, como su papá Sergio decía siempre que cometía algún error.

Así que, armandose de valor, Pato alzó la mano para dejar tres toquecitos sobre la madera blanquecina.

La respuesta llegó de inmediato.

—Pasa cielo.

"Cielo".

Max los llamaba así a todos porque no sabría exactamente quién sería el siguiente en buscarlo.

Eran una familia particularmente grande, feliz, pero Pato pensaba que quizá lo mejor hubiera sido que sus padres se detuvieran en el tercer hijo.

Ahora Max tenía ocho cielos.

Nueve si contaban a papá Sergio, aunque bueno, papá Sergio era olvidadizo y siempre olvidaba la regla de tocar antes de entrar. Así que si la puerta se abría sin más, Max sabría de inmediato que se trataba de su esposo y no de uno de sus hijos, así que de inmediato lo recibiría con un beso, un abrazo y un "cariño" o con un serio ceño fruncido y un "Sergio Michel Pérez Mendoza" si Max estaba enojado.

Max enojado le daba miedo a cualquiera, incluso a papá Sergio.

Sin embargo, Patricio era un verdadero Pérez, y justo como su padre, iba a enfrentarlo con valentía.

Aunque por dentro quisiera salir corriendo.

Inhaló hondo antes de girar el pomo y abrir finalmente la puerta, encontrándose con su padre de perfil sosteniendo el abrigo de un costoso traje de gala.

El mayor lo miro mientras acomodaba cuidadosamente la prenda en un gancho de ropa, sonriéndole de boca cerrada.

Sus preciosos ojos azules se achicaron un poco por el gesto, y Pato se sintió terrible al pensar que muy pronto esa sonrisa se borraría.

Pato, al igual que su padre, era bastante protector con su papá Max y siempre era un hijo ejemplar que a cada tanto recibía una sesión de abrazos del holandés.

Hubo una vez incluso en dónde un tipo coqueteo con su papá Max en el super, entonces papá Sergio y él lo siguieron hasta dar con su auto y le pincharon las llantas como una pequeña advertencia.

Cuando el holandes se enteró por su puesto recibieron una reprimenda, pero esa vez todo terminó en risas y bromas.

Y por más que le gustaría que se repitiera, sabía que está vez nada lo iba a salvar.

—Pato, que bueno que estás aquí.

El nombrado se tenso de inmediato.

¿Ya lo sabía?

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