Capítulo I

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Terminé de acomodar mis cosas dentro del bolso y en silencio me despedí de mi habitación. En ese momento no era más que un espacio vacío, un esqueleto. Los muebles ya habían partido hacia Los Lirios hacía dos días, igual que la cama. La ropa estaba perfectamente empaquetada en dos bolsos rojos. Mis barriletes dormían tiernamente dentro de una caja sobre el techo de la Peugeot. Los posters de Taylor Swift ya estaban arrancados y cuidadosamente doblados. Las marcas de dentífrico con los que los había pegado parecían pequeños granitos azules en la pared. Mi primo Tomás me había enseñado que, cuando falta cinta scotch o clavos, el dentífrico es un pegamento muy noble. Razón no le faltaba. Maldito inteligente.

Me sonreí, recordando que aquello había pasado hacía no menos de cuatro años. Ahora no veía seguido a Tomás y con nuestra mudanza a Los Lirios iba a ser menos probable. Le prometí que volvería para su acto de colación, a fin de año. No me perdería por nada del mundo el gran evento de fin de curso, con música incluida, en el salón principal del colegio San Manuel. Todo el mundo sabía que después de los encuentros de atletismo, la fiesta de fin de año era lo mejor del colegio. Me pregunté si Cristian estaría allí...

Papá me llamo y aunque me costó muchísimo, no mire para atrás. Ya me venía haciendo a la idea de la mudanza desde hacía unas semanas. Mirar mi casa solo sería mirar un espejismo. Ahora era solo un esqueleto, como mi habitación. Aunque suene tonto, recordé una frase de "vengadores" dicha por Thor: "Asgard no es un lugar. Nunca lo fue. Esto podría ser Asgard. Asgard es donde esté nuestro pueblo."

Casi automáticamente me llegó un mensaje de Dora. Cuando lo abrí era esa misma frase, la misma. Como si me hubiera leído la mente. Le dije que la amaba mucho y que la iba a extrañar. Después volví a leer el mensaje.

Esas palabras resonaron dentro de mí e intente que fueran mi apoyo moral en ese momento. "Mi casa no es mi lugar. Nunca lo fue. Mi casa es donde yo esté." Me repetía internamente.

Cuando el auto ya había arrancado, cuando habíamos saludado a los abuelos y cuando Nahuel, mi hermano pequeño, ya se había dormido en su sillita del auto, lloré. Cuando ya había pasado como una hora de viaje, escuchando música, me dormí. Lo último que vi fueron las montañas verdes de La Cruz, desapareciendo en el horizonte. Para cuando mis ojos se abrieron de nuevo, ya estábamos llegando. Las verdes montañas eran ahora agrestes llanuras. Yo no estaba acostumbrada para nada a la llanura, pero no me supo tan mal. La sensación en el estomago de que muchas cosas nuevas estaban por pasar fueron suficientes para soportar.

—Bueno. Ya estamos acá. —Dijo papá, mientras paraba el auto.

Desde la ventana del auto me asomé, incrédula y desconfiada, para ver el que sería mi nuevo hogar. La verdad es que la casa era bastante bonita. Estaba pintada de color marrón tierra y tenía dos pisos. Me pareció que estaba delante de un palacio. Lo único que echaba en falta era un buen patio, como el de La Cruz. El frente de mi nueva casa daba a una vereda, que después daba a la calle, directamente. Papá se bajó del auto, abrió los portones del garaje y después entro la camioneta que, aunque llevaba equipaje arriba, entro muy cómodamente. El garaje estaba bastante bien, era amplio. Seguro podía armar una mesa ahí abajo e invitar a comer algo a los amigos que soñaba con hacer en mi nuevo colegio.

Nos bajamos. Nahuel aun dormía, apaciblemente. Papá nos indicó una escalera y nos dijo que todavía había mucho que acomodar, pero que esperaba que nos gustara. Ni yo ni mamá teníamos idea de cómo era la casa. Papá nos había contado, pero él la había ido a ver solo, así que estábamos frente a lo desconocido. Subimos la escalera, que daba a un pequeño vestíbulo con algunas plantas, una silla de exterior y una puerta. La cruzamos y salimos directamente a la cocina comedor.

"Por Dios" —Pensé yo. Era amplio, era cómodo y tenía una ventana que daba a un pequeño patio. Una pared con arco dividía el comedor de una especie de living, con vista a la calle, pero aun me iba a sorprender más. Cruzando un pasillo, pasando la cocina, había tres habitaciones. ¡Tres!

El árbol de morasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora