Capítulo VIII

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Dora me preguntó si estaba segura de lo que quería hacer. Más bien, le preocupaba si yo estaba segura de lo que iba a decir. Teniendo en cuenta que esta mujer era la sobrina de Juan Cruz, ¿de qué manera me presentaría ante ella? Lo cierto es que ni yo estaba segura de lo que iba a decir o como iba a enfrentarla, pero si estaba segura de que quería hacerlo.

Cuando llegamos a la mesa de recepción del asilo, la persona que atendía nos miró bastante extrañada. No era algo muy común, por lo visto, que dos adolescentes fueran a visitar a alguien a aquel lugar. Pero al menos esa parte del plan yo la tenía bastante más pensada que lo que vendría después. Si no hubiera sido así lo más seguro es que habría dicho alguna de mis estupideces y nos hubieran terminado echando.

–¿En qué puedo ayudarlas? –Nos dijo una chica vestida de enfermera, que parecía ser bastante simpática. Tenía un clip en el bolsillo del ambo que decía: "Nira".

­–Buenas tardes... –Dijo Dora, que seguro ya tenía también algún plan armado, pero yo la interrumpí e utilice el mío primero. Como si fuera una especie de competencia.

–Venimos del colegio Aldo Sessa, de Los Lirios. Estamos haciendo un trabajo sobre la guerra civil y... no querríamos molestar, pero nos interesaría mucho hablar con Hilda Torre. Sabemos que esta en este asilo y eso nos ayudaría mucho.

La cara de la enfermera o recepcionista muto de su semblante de tranquilidad y simpatía a uno más grave. Casi parecía estar decepcionada por fallarnos, pero la respuesta no iba a ser positiva. Dora también me miró, medio sorprendida porque yo hubiera pensado algo con antelación, pero medio sorprendida porque no le pareció que fuese muy inteligente. La vi levantar suavemente una de sus cejas y supe que significaba.

–Perdón chicas, pero no podemos dejarlas pasar sin una cita. E incluso si así fuera, tampoco es normal que dejemos pasar a personas que no son familiares. Lo que suele hacerse en casos como estos es que su directora o director vengan a pedir expresamente una visita del colegio. Supongo que no tienen autorización.

–No. –Dijo Dora, que se dio cuenta de que me estaba empezando a poner roja y que tenía que finalmente salvarme de la situación. –No pedimos ninguna autorización porque el trabajo es individual y no hablamos de una visita. Estuvimos investigando y encontramos que esta mujer estaba viva y nos pareció que podíamos entrevistarla...

–Y creyeron que era una buena idea venir sin autorización ni cita previa. –Contestó la mujer, algo divertida.

–Sí, así es. –Dijo Dora, con una encantadora sonrisa de oreja a oreja.

–Y la escuela no tiene ni idea de que están acá. –Continuó Nira.

–No, no sabe. –Le dije yo.

–No van a poder pasar chicas. Lo lamento.

Dora ya estaba derrotada y la vi agarrar sus cosas ya dispuesta a irse, pero yo no quería dar el brazo a torcer. A mi amigo le quedaban pocos días y yo quería tener la seguridad de que hice lo posible por saber más, por entender todo lo que había rodeado a aquella guerra y estar ahí era una situación inmejorable. Por primera vez en mi vida, mi cabeza se iluminó y creí poder lograr que nos dejaran pasar. Solo había que insistir un poco y apelar a la buena voluntad de la mujer.

–Nira... -Le dije, intentando sonar lo más amigable posible. –Yo sé que no se puede pasar sin una cita, pero ¿habría alguna posibilidad de consultarle a Hilda si no quiere recibir a unas estudiantes que sueñan con conocerla?

–No sé si... -Dijo ella, pero la interrumpí.

–Se ve que hoy está tranquilo, no creo que molestemos a nadie y... tenemos tortilla. –Le dije, mostrando el interior de la bolsa que teníamos y las tortillas que estaban a medio comer.

El árbol de morasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora