smoke temptation

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La noche caía ensombreciendo todo a su paso con delicadeza, cubriendo el suelo de sombras y tiñendo las paredes de color negro, devorándolo todo a su alrededor.

Más aún con toda la oscuridad consumiendo al lugar, una luz seguía iluminando la gran iglesia del pueblo. El gran candelabro que colgaba del alto y lujoso techo del establecimiento se encargaba de alumbrar con sus velas titilantes que amenazaban con apagarse a cada ráfaga de viento repentina.

El silencio predominaba en el tan grande lugar, y sólo era llenado por uno que otro ruido de la oscuridad; los grillos a los alrededores, las lechuzas cantando y la brisa golpeando las hojas de los árboles, además de unos pasos que iban de aquí para allá con lentitud.

Los pasos de unos fuertes zapatos resonaban con eco en la inmensa iglesia, causando uno que otro rechinido por pisar la madera de roble oscura del suelo. Un muchacho caminaba de extremo a extremo del lugar mientras movía cosas, limpiando.

Más allá de las fuertes y gruesas paredes de la iglesia, la noche y el viento seguían reinando, las aves nocturnas se posaban fuera del gran techo del establecimiento y cantaban acompañando a la cabellera oscura de Alejandro.

Bajo la noche, el viento, la oscuridad y la soledad, estaba Alejandro; el nuevo cura del pueblo desde hace tan sólo dos días.

Su cargo por el momento era fácil y sencillo, pero se lo tomaba con mucha importancia, pues era ese algo que le faltaba a su vida.

El camino para llegar hasta ese puesto no fué facil y las marcas y cicatrices por su cuerpo lo decían cada que las mirabas. El camino fué estrecho, con baches y montones de obstáculos de por medio.

Recuerda claramente los hechos de unos días atrás, cuando el cielo se llenó de nubes repentinamente y la niebla se alzó alrededor de la montaña donde residía.

En ese momento sintió un escalofrío recorrerle desde la espalda hasta los pies, haciendole temblar de una manera tan notable que esperaba que la figura que había aparecido levitando frente a él no sintiera su pánico.

Extrañamente, la figura semi-humana que sobrevolaba un metro por encima del suelo transmitía calma y seguridad en cuanto la mirabas bien; el azabache entonces supo de que se trataba: un dios.

Las leyendas de Karmaland giraban alrededor de esos seres omnipresentes y poderosos por sobre todos los habitantes. Los pocos libros que había por el pueblo hablaban de ellos, pero parecían más cuentos de hadas que verdaderos hechos; si bien la gran parte de los habitantes creía en los dioses y los veneraban mínimamente, aún había aquellos quienes no creían en ellos, o incluso les odiaban.

Alex era una de esas personas, pero el día en el que la suerte repentina en su caña de pescar y los mares abriendose para darle el paso comenzaron, se quitó la venda de los ojos, eran ellos, los dioses ayudándole.

Ser un guerrero y héroe del pueblo era ser un guía, por algo él y sus compañeros tenían mandos o cargos más importantes que los demás pueblerinos. Cuando tuvo un contacto mínimo con esos seres poderosos supo que eso era para él, sentía una gran admiración hacia aquellos seres que podían controlar desde el clima hasta una pequeña flor en el suelo.

Cada día sonreía con ver el viento despeinadole el cabello, los rayos del sol alimentando a sus plantas y las aguas calmadas cuando navegaba.

Así que cuando vió a ese dios presentándose físicamente ante él, no pudo estar más asustado, y una sonrisilla apareció en su rostro iluminado por el brillo que desprendía tal ser.

"Hola, Elegido"

Recuerda escuchar las palabras del dios en su cuerpo, pero sólo para él, fuera no había no un ruido. La voz femenina y masculina a la vez le inundó en una oleada de paz, le alentó a dar un paso hacia adelante y toparse más de cerca con la figura flotante.

Karmaland OS ¡!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora