unica parte

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Siete de la mañana. Para cuando la alarma sonó a un costado de su almohada blanca, el lado derecho junto al suyo en la cama ya se encontraba vacío.

Quackity se enderezó con pesadez y poco a poco acabó por levantarse de la cama sin nada más que interrumpiera en su camino, pues el calor de la noche le había obligado a patear las sábanas lejos de su piel. Soltó un par de raros sonidos y murmullos por lo bajo mientras su espalda crujía y sus brazos se alzaban en dirección al sol, tratando en un inútil intento de sacudirse el sueño que le pesaba en los hombros.

Con los ojos cerrados y un bostezo haciéndose presente comenzó a caminar hasta el baño de la habitación de paredes blancas, sus pies buscando a ciegas el par chanclas que reposaban bajo el colchón y sus manos tallándose el rostro se sumaban a aquel ritual de todos los días.

Para cuando el agua fría del lavabo finalmente llegó a su perezoso rostro fue capaz de escuchar algo de ruido fuera de la habitación: un par de murmullos que, suponía, eran de la televisión encendida y uno que otro ronquido débil. Al terminar de lavarse la cara y enjuagarse la boca Quackity se observó al espejo que reposaba sobre el lavabo: se encontró con una melena negra y alborotada en todas direcciones y sus ya clásicas ojeras reposando bajo sus cansados ojos marrones.

Arrastró sus pies fuera de la habitación mientras anotaba mentalmente tratar de reducir sus horas en el trabajo para poder deshacerse de aquellas bolsas bajo sus ojos; las odiaba. Un televisor mostrando las noticias del día y la espalda de su esposo fue lo que Quackity se encontró para cuando llegó a la pequeña cocina del lugar.

— Buenos días — saludó con voz rasposa el menor al apresar la cintura de su esposo entre sus brazos y acurrucar la frente sobre el hombro de este mismo.

Roier ni siquiera llegó a sobresaltarse, Quackity siempre hacía aquello, y años de sustos e insultos le habían ensenado que simplemente jamás iba a dejar de hacerlo.

— Buenos días — el castaño le observó por el rabillo del ojo y sonrió de forma minúscula, casi imperceptible — ¿Quieres un café?

— ¿Qué haces tú aquí? — la voz del menor se tornó aguda y cariñosa apenas Roier se dio media vuelta, descubriendo a la bolita envuelta en sábanas que era su pequeño hijo dormido. El azabache se agachó hasta quedar a la altura del bebé y acarició una de sus manitas que estaba hecha un adorable puño.

— Pepito no se quería dormir, tuve que sacarlo de su cuna y contarle hasta el pinche día en el que nací para que se calmara — explicó Roier con diversión en la voz. Quackity subió la mirada hasta el rostro del mayor, encontrándose con unas ojeras que eran inusuales en el rostro del mencionado — Estaba llorando mucho. No quise que te despertara.

El menor sonrió con dulzura y depositó un dulce beso en los labios del castaño. Un suave "smooch" resonó en el aire y la silenciosa casa en cuanto ambos se separaron al reír inevitablemente por el vergonzoso sonido. Un par de movimientos extra hicieron a ambos bajar la mirada: Pepito parecía también haber sido testigo de aquella muestra de amor, pues tenía los ojitos bien abiertos y la boca abierta mostrando su falta de dientes en una expresión curiosa.

— ¿Qué pasó, chamaco? ¿Ya no me puedo besar con tu papá, o qué? — El menor volvió a agacharse hasta la altura de su hijo, quien balbuceó y estiró sus manos en su dirección inmediatamente.

— Ándale, ya te toca — Roier prácticamente obligó al azabache a sostener al niño al entregárselo con cuidado. Dejó las cobijas rojas con las que estaba envuelto sobre los hombros del menor y besó la frente del pequeño con cariño — Entonces, ¿si vas a querer café?

— Si, por favor — asintió Quackity ahora distraído con las muecas que Pepito le dirigía y que acabaron por robarse toda su atención.

A paso lento el azabache acabó por chocar con el sofá en el medio de la sala de estar. Tomó asiento sin dejar de sostener al niño en sus brazos ni un solo segundo, los ruidos de trastes chocando y tazas llenándose de agua le llenó los oídos por varios segundos.

peace || spiderduckDonde viven las historias. Descúbrelo ahora