Un día más, lunes, después del domingo, el peor día de la semana. Escucho sonar el despertador, estiro la mano hacia la mesita de noche y doy un par de manotazos hasta que consigo pararlo. La luz ya entra por mi ventana y siento como los primeros rayos de sol azotan mi cara. Abro mis ojos y con mis manos los froto para conseguir abrirlos del todo. Antes no me costaba tanto despertarme, padezco un cansancio fuera de lo normal últimamente. Mi hipótesis para demostrar este cansancio es que el estudio me produce realizar un esfuerzo mayúsculo y por tanto mi cansancio aumenta considerablemente y que, además, padezco astenia primaveral. Nunca me ha gustado demasiado la primera, esa época donde el aire que respiramos se inunda de polen, los ojos pierden su blanco natural y lo único que podemos hacer es estornudar y beber agua, mucha agua. Tengo la suerte de no tener una alergia muy elevada, pero aun así, desearía que esta no existiese.
Decido ponerme un vaquero roto, una camiseta que me regaló Alex por mi 17 cumpleaños en la cual pone "Believe in yourself" y mis Converse rojas. Me aseo y me hago un moño desarreglado e informal, los flequillos se dejan caer por mi rostro, pero me encantaban aquellos flequillos. Me dirijo a la cocina para tomar un vaso de leche con Cola-Cao antes de partir para el instituto y guardo una manzana para el recreo. Me despido de mis padres, que se abstienen a forzar una pequeña sonrisa y decirme que vaya rápido o llegaré tarde. Así que, haciéndoles caso, ya que en este caso llevaban razón empiezo a andar tan rápido como creo que puedo. Hasta que un par de minutos más tarde empiezo a sentir dificultad para respirar y un considerable mareo. Decido parar en un banco que hay en la acera por la que circulaba. Me siento y apoyo mis codos sobre mis rodillas y con mis manos me sujeto la cabeza mirando hacia el suelo. Tengo ganas de vomitar, pero no lo hago. Un grupo de chicas, que van a mi clase con las cuales no mantengo una relación amistosa, pero si de compañeras de clase, se acercan a mi.
-Paula, ¿estás bien? -Dice la más alta de ellas.
Yo me contengo a asentir con la cabeza, me hubiera gustado responder de otra manera, pero las palabras en aquel momento no salían de mi boca, me resultaba imposible. La sensación me recordó, a aquella vez en la fiesta de cumpleaños de uno de los compañeros de clase de el año de anterior y por primera vez en mi vida, y por parecerme a ellos, ingerí alcohol, pillé tal pedo que ni siquiera podía hablar y si lo conseguía no les era nada fácil descifrar lo que realmente quería decir a aquellas personas que estaban a mi alrededor.
-Creo que no está bien. -Dijo la rubia, la cual, en aquella fiesta aun estaba peor que yo.
Aquellas dos chicas y cuatro más que las acompañaban en su camino al instituto, se acercaron a mi y me levantaron. Iba a poyada con cada brazo en cada una de las que habían hablado. Apenas movía las piernas y casi iba arrastrada. Al abrir los ojos, sentí un tremendo vértigo el cual me obligó a cerrarlos de nuevo. Así, transcurre mi camino al instituto y poco a poco disminuye esta odiosa sensación. Por fin, consigo andar sola y hablar, aunque el vértigo no ha llegado a desaparecer del todo. Agradezco la ayuda a estas chicas que nunca había considerado tan simpáticas, sobre todo porque ellas eran amigas de Carla. Voy a la primera clase, biología, en la cual apenas atiendo y no tengo fuerzas para tomar ni siquiera un apunte, en otra ocasión me hubiera sentido mal, pero hoy ni siquiera tengo ánimo para eso. En cuanto termina la clase, empiezo a recoger mis cosas, me cuelgo a mis espaladas la mochila y salgo al pasillo. Un pasillo lleno de gente, de voces, desde niños de primer curso corriendo con sus mochilas que casi le superan en tamaño a ellos mismos hasta imbéciles clasistas de mi edad que muchas veces pienso que en lo psicológico tienen la misma edad que estos nombrados principalmente, que me miran con cara de desprecio, aunque hoy siento que su cara tiene mas gesto de sorpresa que de desprecio, profesores que casi corriendo se están acercando a mi y un círculo de personas que me rodea. Y, cuando, me quiero dar cuenta, ya no puedo hacer nada, estoy tirada en el suelo, con la mirada perdida casi sin conocimiento, y me quiero levantar pero no puedo, y poco a poco, sin energía, dejo de escuchar, estoy en un silencio constante y cada vez visualizo menos, todo se vuelve nítido y después negro. Y cierro los ojos.
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El complejo de Eisenmenger
RomancePaula, una adolescente de 17 años, lleva una rutinaria en la vida basada en estudiar y poder llegar a conseguir entrar en la facultad de medicina hasta que la vida le pone un bache que sabe a sarcasmo al enterarse de que una enfermedad se ha hecho d...