La Línea Al Más Allá

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Había una leyenda en la ciudad. Un punto turístico, al que todos deseaban asistir. Un lugar místico, hermoso, maravilloso. Según esta leyenda, era capaz de crear milagros.

Se trataba de una simple cabina telefónica, de esas que se usaban antes para comunicarse con tus seres queridos. Era la única que sobrevivió a todos los cambios ocurridos en esa ciudad. Debido a esto, era bastante antigua; sin embargo, permanecía intacta, muy bien cuidada. Por culpa del tiempo, las plantas que la rodeaban ahora estaban encimadas a ella, solo dejando libre la salida. Detrás del cristal, algo amarillento, se lograba ver una cálida luz proveniente del interior de esta máquina. En una de sus paredes, reposaba dulcemente un simple teléfono, que parecía no funcionar. No había nada más, nada que valga la pena retratar. Sin dudas, era un espacio bellísimo.

Según los ciudadanos que allí vivían, esa cabina era mágica, pues poseía el poder de comunicar a la gente con alguien que ya no estaba en este plano. Ese era el motivo principal por el que muchos turistas, interesados en historias místicas y leyendas urbanas, desearon visitar este pueblo. No hace falta mencionar que, gracias a esto, muchos pueblerinos fundaron tiendas de productos relacionados a la máquina, para vender como souvenirs y demás. Sin embargo, todas y cada una de las personas que fueron, no recordaban nada luego de salir de la cabina. Este era una razón más para investigar el caso.

Estas historias llegaron a los oídos de una joven mujer, que se dedicaba a hacer envíos a domicilio para un restaurante muy popular en su ciudad natal. Un pequeño espacio en el que poder hablar con la persona a la que tanto extrañas, la que más te hace falta en tu vida...

Cuando era una niña pequeña, su madre había fallecido. Esto era lo que le contaba su abuela, antes de morir a causa de una enfermedad terminal. Nunca la había conocido. Nunca supo qué clase de persona era, qué le gustaba hacer, cómo se veía... esta era una oportunidad única para hablar con ella. Sin pensarlo dos veces, pidió un día libre de su trabajo y compró un boleto de tren.

El viaje duró 40 minutos. Al llegar, se sorprendió porque el pueblo era muy pequeño, pero también muy vívido. Lleno de luces y colores, todas las casas decoradas con flores magníficas. Estaba muy bien cuidado, y le llamó la atención la vida nocturna que se observaba. Muchos carteles iluminados inundaban el lugar; muchas tiendas abiertas a pesar de la hora. No esperó más para pedir indicaciones.

Se acercó amablemente a un anciano que por allí pasaba, y preguntó por la tan famosa cabina telefónica. El señor, muy amable, le dijo por donde quedaba, y ella fue, a paso vivo, por las calles hasta llegar.

Una vez posicionada en frente de su destino, un hombre la detuvo y se dispuso a hablar. No sólo le cobró la entrada, sino que también le hizo algunas advertencias: no podría hablar con alguien que estuviese vivo; para comunicarse con esa persona, había que extrañarla realmente, por lo que no podría conversar con alguien a quien no haya conocido. Y por último, la regla más estricta de todas: al salir de la cabina, no recordaría nada de lo que haya sucedido dentro, sin embargo, sentiría todas las sensaciones a las que se expuso durante la charla. Algo extrañada y desconfiada por el alto precio que debía pagar para acceder a ese servicio, entregó su dinero y se adentró en la máquina.

Sofocada por el pequeño espacio, tomó el teléfono que se encontraba a su lado y lo colocó justo encima de su oído. Para marcar el número, no había que simplemente colocar las cifras y presionar para llamar; había que introducir, dentro de una pequeña ranura, un recuerdo de esa persona especial. Así, metió dentro de ese orificio una pequeña pulsera, pareciera la de un bebé, de color rojo, que su madre le había regalado justo un día después de su nacimiento. Suspiró hondo y se relajó, esperando la respuesta al otro lado de la línea. Pero, inesperadamente, lo único que oyó fue el pitido de la máquina, indicando que no había respuesta de la otra parte. No podía ser porque no quería hablar con ella, ¿verdad? La extrañaba lo suficiente como para llamarla desde el otro lado, ¿cierto? Entonces... solo había una posible respuesta para eso.

Una expresión de decepción se sentó en su rostro; una solitaria lágrima resbaló por su mejilla. Salió lentamente de la cabina, y su memoria fue borrada por completo.

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⏰ Última actualización: Jun 10 ⏰

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