Tu Eres Hielo, Yo Soy Fuego

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Los dos pilotos de Red Bull eran en verdad únicos, cada uno a su manera.

Por un lado está Max Verstappen:

Esos ojos azules penetrantes, faltos de brillo, siempre en una expresión seria, la piel blanca con tonos rosáceos decorando sus mejillas, orejas y partes del cuerpo que se aprecian en aucencia de ropa; cabello rubio oscuro perfectamente cortado sin un solo mechón fuera de lugar, cuerpo esbelto, de extremidades largas, musculatura levemente notoria, complementado por un imponente metro ochenta y uno de estatura.

La palabra que lo definiría sería frío, como las burbujas congeladas bajo el lago Abraham, o la nieve blanquecina que cae en los Alpes suizos...

Luego estaba Sergio "Checo" Pérez:

Su piel levemente tostada, pequeños brotes de verano salpicados en su rostro, hombros, pecho y piernas; cabello oscuro envuelto en sutiles rizos desordenados, un iris y pupila qué a simple vista parecen de un mismo color, más en contacto con la luz solar revelan el bonito tono chocolate que en verdad poseen, su figura es más baja, pero su espalda y piernas grandes dan la ilusión de una cintura de menor tamaño, haciéndolo verse curvilíneo.

Es calor, como las brasas de una fogata a media noche, como el sol incandescente quemando la arena en el desierto del Sahara, o rayos templados en el mar caribe...

Y en ese momento, él está ardiendo en furia.

No sólo no clasificó, tampoco tuvo oportunidad de acabar la carrera, su monoplaza se hizo añicos y por si fuera poco, tendría una sanción.

La suerte le había fallado en el peor lugar: Mónaco.

No iría a la fiesta de celebración de los Ferrari, nada personal, los apreciaba a ambos y estaba orgulloso de ellos, pero no quería verlos ni por error, a ellos o a cualquier piloto. Ya tuvo suficiente.

Harto de perder, harto de sentirse impotente.

Se quedó encerrado en su cuarto de hotel tras la carrera, no fue hasta la noche que se animó a salir.

Y allí estaba, vagando sin rumbo por los pasillos del enorme lugar de hospedaje, esperando a que pase algo interesante

Es Mónaco, todo puede pasar.

Sube al ascensor (en pisos más altos debe estar sucediendo lo bueno), está a punto de cerrarse, cuando un brazo es puesto en medio y lo detiene.

Iba a sacar a patadas a quien fuese el intruso que lo retrasaba, de verdad estaba a punto, pero antes que pudiese abrir la boca, las facciones conocidas se dejan ver y lo fuerzan a guardarse lo que piensa.

Es Max.

Quien de una zancada entra al ascensor.

Sergio nota de primera que ambos llevan camisetas de algodón, bermudas y chanclas como calzado, ropa suelta vaya; deduce qué a él tampoco le han entrado ganas de ir a la fiesta, claro, no ganó como de costumbre, no tiene nada que celebrar.

De hecho, ambos fueron severamente regañados tras la carrera, culpan más a Checo claro, pero no quitaba que ambos estuvieran con el reclamo a flor de piel.

Las puertas metálicas al fin cierran.

Se quedan parados, sin saludarse aunque sea con un "hey" o un vago asentimiento de cabeza, sin presionar algún botón de los cientos que hay para ir a otro piso, lo único que hacen es contemplarse entre sí, seriamente, los labios rectos en línea horizontal, mientras la ausencia de ruido sólo pone el pequeño espacio bajo una tensión palpable.

Ambos molestos, buscando con qué o quién desquitarse.

—Me miras mucho, Vestappen —habla por primera vez, superando la incomodidad inicial de estar juntos.

Calor (Chestappen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora