18. Cortocircuito.

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... Flashback...
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Los tiempos de dulzura e inocencia habían quedado atrás, dejando al hombre herido, con sus viejas cicatrices, ocultas por nuevas experiencias, y una sonrisa socarrona en el rostro.

Aquella tarde, Milo estaba vestido con la armadura dorada de Escorpio, e iba a dar una vuelta por Rodorio, porque había descubierto que su porte y gallardía llamaban la atención, y a él le gustaba recibir ese tipo de recepción. Sin embargo, cuando iba de salida, una figura que recién llegaba, detuvo su marcha: Camus de Acuario había penetrado en ese momento en el templo de Escorpio. Algo un poco extraño porque se suponía que él estaba en ¿Rusia? Sí, algo así leyó de Mu en su última carta, así que no entendía qué estaba haciendo ahí, y ¿por qué iba como dueño del templo? Se suponía que, sin importar la circunstancia, todos debían solicitar el acceso a dicho recinto, y, sin embargo, él caminaba por ahí a sus anchas.

—Creo que estás olvidando algo importante...— Mencionó el escorpión dorado para frenar su marcha. El galo levantó la mirada, dirigiendo su atención al guardián del templo, con extrañeza.

—¿Qué haces aquí?— preguntó, ligeramente perdido. Milo se sorprendió.

—¿Yo?— soltó una carcajada, y se acercó desafiante al otro—. ¿Ahora eres el dueño del Santuario?— Camus admiró el lugar en donde estaba parado, descubriendo que se trataba del octavo templo. Pensó entonces que debería disculparse, ya que estaba distraído y olvidó los protocolos del recinto; no obstante, recordó que Milo siempre exageraba con su aversión por él, y aunque ya estaba acostumbrado a esa reacción, la verdad es que, en ese momento, no tenía intención de tolerarlo.

—No lo soy, y tampoco actúo como uno...— Contestó con estoicismo, provocando que el otro se le ría en la cara.

—Sí, seguro. Entonces solo es costumbre tuya olvidar tus obligaciones...— Ver esa sonrisa mordaz, solo provocó en Camus ganas de congelarlo, pero detuvo sus deseos apretando los puños.

—¿Acaso es tu misión en la vida ser tan irritante?

—Me ofendería si tu opinión fuera importante para mí...

—Si no lo es, ¿por qué pierdes el tiempo conmigo? Seguramente tienes mejores asuntos que atender—. Al escucharlo, Milo arqueó una ceja y se acercó a él.

—¿Te estás burlando?

—¿De qué exactamente?

—¡No lo sé! ¿Por qué no eres más claro?

—No te entiendo.

—¡Vamos, Acuario! ¡Deja la maldita inocencia a un lado!— Milo también apretó los puños mientras le robaba un poco de su espacio personal—. ¿O estás intentando provocarme?—. Volvió a sonreír de lado, levantando a Antares con la intención de tocarlo con ella de forma amenazante.

Por la cercanía, Camus debería turbarse, pero estaba tan enojado, que estar nervioso era la menor de sus reacciones.

—Athena prohíbe las peleas entre nosotros, ¿no lo sabes, caballero?

—Espera, ¿eres tú quién va a instruirme? ¿Tú, el aclamado maestro de maestros, quién olvida un simple protocolo?— se mofó nuevamente, volviendo a reír—. Ojalá que no olvides mostrarle a tus estudiantes lo que es el respeto, Acuario...— Camus, con los puños apretados contra sus piernas, formó una ligera capa de hielo entre sus dedos y bajo sus pies, que sorprendió al escorpión; sin embargo, más que eso, fue una pequeña sombra de dolor asomarse en aquella mirada fría, lo que quitó la sonrisa en la boca griega.

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