Yo y el demonio

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Los preparativos para la invasión a la capital estaban a unos meses de estar completos, los demonios no podían esperar para poder crear caos en las cómodas vidas de aquella gente de la Tierra del Amanecer.

Como representante del Señor del Abismo, estaba decidido a cumplir con los deseos de este y del propio hogar donde creció.

Sentado en el trono y concentrado en aquel sonido como engranajes girando en su cabeza, estaba aburrido y su tiempo le sentía eterno mientras a las afueras de aquellas enormes puertas de su dominio parecía haber otra cosa.

Este sentimiento de luchar era bastante motivador y a la vez molesto, porque aparte de su general no había ningún rival para él.

Ahora sus expectativas estaban puestas en la invasión, de poder encontrar series fuertes capaces de poder hacerle frente.

Sin embargo…

Había otro sonido molesto del cual no podía ubicar el origen, el llanto y el dolor de una mujer y dos personas.

En el abismo, tal como decía su nombre estaba solo oscuridad y la única luz que se encontraba eran el brillo de los ojos de los demonios, varias historias de incontables tragedias a causa de haber incluso visto desde lejos aquel hueco tan profundo.

Tanto como había oscuridad, también se encontraba la luz.

Y solo había un reino que estaba tan cerca del Abismo como para poder repeler esa oscuridad por casi mil años. Esta era el imperio de la tierra de Moniyan, un reino que sigue durando muchos años hasta ahora confrontando a los demonios. Gracias a los poderes otorgados por su dios el Señor de la Luz, lograron soportar las constantes guerras que tenían con los demonios del Abismo.

Hubo una vez que un mago profetizó la caída y la derrota inminente del Abismo, nacido de los reyes Aurelius II y su esposa la reina. Nacería un niño que traería el fin de los demonios y llevaría el equilibrio a la Tierra del Amanecer, que acabaría con las injusticias y salvaría a su gente.

Tan grande fue el amor, respeto y cariño que recibió aquel niño recién nacido de su gente y de su familia. Que su desaparición fue un horrendo golpe que causó dolor al reino de Moniyan y su gente.

Lo que causó que una princesa tuviera que tomar tempranamente el rol de proteger a su reino.

Diariamente siempre por las mañanas en la madrugada entraba a la iglesia en la ciudad Lumina, capital de Moniyan a hacer oraciones al Señor de la Luz. Tanto por agradecerles por darles la fuerza para poder defender su reino y también por otro lado el poder encontrar a su hermanito pequeño desaparecido hace treinta años.

Ella daría todo para poder encontrarlo, aún no perdía la esperanza de que su pequeño hermano se encontraba bien en alguna parte de este mundo de maldad.

Y esa determinación tan inquebrantable conmovió al Señor de la Luz.

Fue el único día en que incluso el tiempo del sol demoró varias horas para poder caer y que la noche abrace al reino.

En unos cuantos días llegaba una enorme celebración en conmemoración a sus años de lucha, tanto como motivar a las futuras generaciones y elevar el ánimo del pueblo. Aunque por más caótica que se había puesto debido a la llegada de algunos extranjeros, estos no tenían malas intenciones más que poder darse un respiro en esta ciudad.

Estaba animada, mostrando una sonrisa y confianza mientras caminaba por las calles de Moniyan, saludando a las personas y visitando algunos puestos de algunos amigos. Sus habilidades con la lanza habían mejorado desde la última vez que estuvo en batalla, gracias al Señor de la Luz que le otorgó una parte de sus poderes. Había protegido al reino tras los violentos intentos de invasión por parte de los demonios del Abismo hasta ahora.

Historia de un DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora