Me encontraba frente al espejo, observando detenidamente mi reflejo. Mis dedos rozaban suavemente las líneas que surcaban mi rostro, cada arruga contando una historia de risas y lágrimas. "¡Cuarenta años!", pensé con una mezcla de asombro y nostalgia. "Mi rostro ya muestra las carcajadas que he tenido, las lágrimas que he derramado."
Mi mente viajaba por los recuerdos de una vida bien vivida. "No me puedo quejar, he tenido una buena vida", me dije a mí misma, con una sonrisa melancólica. Mi hijo, Santiago, ya estaba criado; diecinueve años dedicados a ser madre, a veces olvidando que también soy mujer. "Él es mi prioridad", reflexioné. "Creo que he hecho un buen trabajo."
El sol de la tarde entraba por la ventana, bañando la habitación con una luz cálida y dorada. Me sacudí la melancolía con un suspiro profundo y decidí salir del baño. No estaba preparada para lo que me esperaba al abrir la puerta.
La sala estaba decorada con guirnaldas coloridas y globos que colgaban del techo, creando un ambiente festivo. Al abrir la puerta, me encontré con una sorpresa que me hizo detenerme en seco.
—¡Feliz cumpleaños, María! —gritaron al unísono Fernanda, Dans, Nahomi, Adrián y sus hijos Valentina y Camilo, junto a mi propio hijo, Santiago. Una tarta con unas cuantas velitas encendidas brillaba en el centro de la sala, iluminando los rostros de mis sonrientes amigos.
Sentí un nudo en la garganta, una mezcla de felicidad y gratitud. Fernanda y Dans, con quienes había compartido más de veinte años de amistad, estaban ahí, sus miradas cómplices y llenas de cariño. Fernanda, siempre la organizadora, con sus rizos desordenados y su risa contagiosa; y Dans, con su presencia tranquila y reconfortante.
Nahomi y Adrián, con su hijo Camilo, de dieciocho años, se acercaron a abrazarme. Nahomi, con su energía vibrante y su capacidad para hacer reír a todos, me susurró al oído:
—No podíamos dejar pasar este día sin celebrarlo contigo.
Adrián, con su naturaleza serena y su sonrisa cálida, asintió, mientras Camilo también se acercaba, algo nervioso. Valentina, la hija de Fernanda y Dans, y Santiago, mi propio hijo, se unieron al coro de felicitaciones. Santiago, con sus diecinueve años, me miraba con orgullo y afecto. Sentí que el corazón se me desbordaba de amor al ver a mi hijo, mi mayor logro, sonriendo feliz por mí.
Mientras mis amigos cantaban el "Feliz cumpleaños", me di cuenta de lo afortunada que soy. Había sido madre y amiga, había reído y llorado, pero sobre todo, había amado y había sido amada. Ese momento, rodeada de las personas que más me importaban, era un testimonio de la vida plena y significativa que había construido.
Camilo, algo rezagado y con un brillo especial en los ojos, se adelantó y me entregó un paquete envuelto con esmero. Su corazón latía acelerado. A sus dieciocho años, había desarrollado un sentimiento profundo por mí, creo que me ve como una madre.
—Esto es para ti, María. Feliz cumpleaños —dijo con voz temblorosa mientras me entregaba el regalo.
Sorprendida y conmovida, desaté el lazo y abrí el paquete. Dentro encontré un libro de poemas de Pablo Neruda, uno de mis autores favoritos. Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, pero esta vez, eran lágrimas de felicidad.
—Gracias, Camilo, es un regalo precioso —dije, abrazándolo con cariño. Camilo se aferró a mi abrazo, como si quisiera que durara para siempre. Lo sentí tan sincero y cariñoso.
Agradecida, cerré mis ojos por un momento, deseando en silencio que los próximos cuarenta años fueran igual de maravillosos. Mientras sostenía el libro, rodeada de risas, abrazos y felicitaciones, soplé las velas y pedí un deseo que sabía que ya estaba cumplido: seguir compartiendo la vida con mis seres queridos.
No quería soltar el libro para nada, todos notaron que fue el regalo que más me gustó. Es que realmente me encantan los poemas de Pablo Neruda; cada palabra resuena en mi alma.
Me senté a una distancia, trataba de leer algunas páginas de él libro cuando Camilo me sorprendió.
—María, ¿te gustó? — preguntó Camilo un poco apenado, sus ojos brillando con una mezcla de esperanza y temor.
—¡Cami, me gustó muchísimo! Qué perceptivo eres, no me lo esperaba pero lo deseaba profundamente —le respondí con entusiasmo. El sonrió y se fue a seguir atendiendo el asado. Sin embargo, por un momento me sentí desconcertada; Camilo no paraba de mirarme. No entendía por qué se esmeraba tanto en que todo saliera perfecto. Se encargó del asado y preparó la mejor parte para mí.
—¡Ey, Cami! Pero toda tu atención es para mi mamá, los demás también queremos que nos sirvas —dijo mi hijo entre risas y juegos, rompiendo el ambiente tenso con su inocencia.
—¡Pero ella es la que está cumpliendo años! No tú —respondió Valentina con su particular personalidad. Ella siempre tan seria, enfocada en su trabajo y en hacer crecer las empresas de su padre, como si lo demás no importara.
—¡Deja tus celos, hoy Cami nos está dando un ejemplo! —dijo Nahomi guiñando un ojo, su comentario ligero y lleno de humor. Todos estábamos disfrutando mucho de mi fiesta de cumpleaños.
Sentí que Valentina había notado que Camilo no paraba de mirarme, sentí algo de pena así que decidí acercarme para preguntarle que le pasaba
—Cami, ¿todo bien? —le pregunté, con una sonrisa que mostraba claramente mi nerviosismo
—¡Lo siento, María, si te incomodo! Pero te ves más hermosa de lo habitual —dijo Camilo con una franqueza que me dejó sin aliento. Sentí que se lanzaba sin miedo, con tanta seguridad que algo logró mover en mí, fue como una punzada en el pecho, una mezcla de sorpresa y una emoción que no pude identificar de inmediato.
—¡Ah, tal vez los 40 me están sentando muy bien! —le respondí nerviosa, tratando de disimular el impacto que sus palabras habían tenido en mí. Mi corazón latía más rápido y un rubor subió a mis mejillas. Nunca había notado a Camilo de esa manera, pero en ese momento, algo cambió. Su atención y sus palabras habían tocado una fibra sensible en mi interior, y me quedé preguntándome qué significaba todo eso.
En ese instante llegó Fer bailando, ya se notaba que el alcohol había hecho su efecto en ella, ayudándome a salir de ese momento en el que no sabía cómo actuar o qué responderle a Camilo.
—¡María, hoy vamos a beber hasta que el hígado nos reviente! —exclamó Fer con una risa contagiosa y una energía desbordante. Sus movimientos eran despreocupados y llenos de vida, reflejando la alegría del momento. Me sorprendí y miré a Dans, quien observaba a Fer con sus ojos sonrientes, claramente deleitado al verla tan feliz. La mirada de Dans hacia Fer era un claro reflejo de su cariño profundo; se le veía que amaba verla feliz y libre.
Acepté el trago que Fer me ofrecía y, casi por inercia, me dejé llevar por su entusiasmo, saliendo a bailar junto con ella. La música resonaba en todo el lugar, vibrando en mis huesos, y pronto me encontré riendo y bailando sin ninguna preocupación. Cada giro y movimiento parecía liberar un poco de la tensión que había sentido antes. Camilo, con una sonrisa suave, nos observaba desde la distancia, su presencia reconfortante y tranquilizadora.
Así pasamos toda la noche, en una mezcla de risas, música y compañía inigualable. Bailamos sin parar, olvidando el mundo exterior, envueltos en un capullo de felicidad y camaradería. No sé exactamente cómo terminó la noche; mi memoria se vuelve borrosa en algún punto. Solo recuerdo fragmentos: la risa de Fer, la mirada protectora de Dans, y los breves momentos de claridad en los que Camilo me guiaba con suavidad.
El último recuerdo nítido que tengo es sentir el suave vaivén de alguien llevándome en brazos a mi habitación. Mis párpados se cerraban pesados, pero en medio de la niebla del sueño y el alcohol, reconocí el aroma familiar y reconfortante de Camilo. Sentí una oleada de agradecimiento y seguridad antes de sucumbir por completo al sueño profundo.
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Señora
RomanceMaría al cumplir 40 años. A través de una celebración sorpresa con sus seres más cercanos, se enfrenta a una mezcla de nostalgia y gratitud por su pasado, pero también a una revelación inesperada: la atención y el afecto de Camilo, el hijo de su ami...