Tiempo Imperfecto

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El despertador sonó; Xia se dió cuanta de que llegaba tarde al trabajo. Apurada, tomó como pudo sus cosas, se peinó de manera desprolija y sacó una palta del árbol para comer en el camino. Salió de su casa y sus pies descalzos pisaron la suave nube que se encontraba debajo. Una linda sensación recorrió su cuerpo, pero pronto volvió a enfocarse en su objetivo principal: llegar a la parada del tren. Siguió saltando por las calles, evitando caer en los enormes pozos de agua donde se encontraban las carpas comunales. Las saludó, lógicamente, y prometió darles comida cuando regresara, a los que ellas alegremente le dedicaron una canción.

A los pocos segundos, llegó a su destino. Un lugar verdaderamente promedio. No había techo, era todo al aire libre; algo que se acostumbraba mucho en esa ciudad. Las vías eran de un aburrido color magenta, y, al lado de éstas, había unos incómodos bancos de terciopelo azul. Afortunadamente, no sufrió la desgracia de usarlos, ya que, como llegaba sobre la hora, el tren ya casi estaba en la estación. Entró galopando felizmente; un enorme vagón con capacidad para unas cincuenta personas ya estacionó. Al frenar, resbaló un poco con sus patas delanteras. Ese sistema aún tenía muchos inconvenientes, sobre todo con la suspensión. Sin pensarlo dos veces, depositó un poco de heno en el compartimiento interno del tren, que pronto fue consumido por una mandíbula retráctil. El uso de caballos era anticuado para Xia, pero parecía bastante económico, por lo que no lo cambiarían en un futuro. A toda marcha, el vehículo salió con todas sus fuerzas, acompañado por un relinchar armonioso. La joven se agarró del asiento: una razón más para detestar este sistema.

De todas formas, admitió que era muy eficaz, pues en tan solo diez segundos llegó a su lugar de destino. Al bajar, le agradeció al transporte, que respondió con un pequeño salto. Salió de la estación y subió a la nube en la que estaba su empresa. Se metió dentro del enorme estanque y saludó a sus compañeras de siempre, las hermosas corydoras. Nadó hasta su oficina y se sentó encima del cangrejo gigante. Reposó sus brazos sobre la almeja y encendió el computador; había llegado la hora de completar su trabajo, de terminar la complicada novela de fantasía que estaba escribiendo.

En esta, la protagonista, Marta, vivía sola en una casa con suelo de tierra. Al salir al jardín, veía pasto. Para ir a su trabajo, no se encontraba con las carpas o tomaba el tren; subía a su sorprendente automóvil y recorría las calles de cemento, un material que para muchos era inaccesible. Al llegar, una construcción rectangular de un alto impresionante era lo que la esperaba. Esta trama tan arriesgada era lo que había llamado la atención de tantos lectores, que quedaron atrapados desde el primer libro. Ahora, con la publicación del volumen número treinta, la historia llegaba a su fin, un momento muy emotivo para muchos.

Luego de un par de horas, puso un punto final a su archivo; dejó el manuscrito, impreso en un pergamino de algas, en el escritorio de su jefa y cerró los ojos para volver a su vida tan aburrida.

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⏰ Última actualización: Jun 19 ⏰

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