Prólogo

8 2 0
                                    

En medio de la oscuridad, viajando a través del inmenso silencio del espacio, es fácil olvidar lo rápido que pasa el tiempo, esfumándose como un fugaz parpadeo en la eternidad de este mundo.

Gea y Marte, aquellos planetas que incontables vidas llamaron hogar alguna vez, hoy no son más que otra fantasía en el imaginario colectivo, el distante recuerdo de lo que fue el origen del ser humano. Hoy no queda mucho de aquellos días, excepto por Júpiter y Saturno, el resto de los grandes planetas fueron eventualmente consumidos o expulsados hacia la nada cuando su estrella murió, hace más de cien mil años.

Desde entonces la humanidad ha pasado de un mundo a otro, por siglos, en busca de un nuevo mundo al qué llamar hogar.

Nací a bordo de la Exodus, una de las arcas que orbitan Atlantis, la luna más grande del planeta Nova. Llegamos a Nova hace unos doscientos años, y hasta donde sé, se han lanzado al menos treinta misiones a su superficie.

Hace poco se anunció la posibilidad de realizar una nueva incursión en el planeta, haciendo uso de las mejores tecnologías y las naves más modernas que tenemos en servicio justo ahora. La misión principal sería la búsqueda de un buen sitio para la construcción de nuevas minas de hielo y uranio, así como pozos de metano y mercurio.
El hielo es indispensable para obtener agua y oxígeno, mientras que el metano, el mercurio y el uranio son esenciales para mantener la producción energética que demanda la flota.

De Atlantis obtenemos la mayoría de recursos que necesitamos –acero, comida y madera, por ejemplo–, el resto lo envían desde otras provincias, se fabrican en las arcas o se extraen de las otras lunas de Nova. Sólo una pequeña porción de nuestros recursos vienen de Nova, sea su superficie, sus minas o sus océanos, y la razón es muy fácil de entender: es demasiado peligroso para cualquier persona intentar explorar Nova, incluso para los más aptos y fuertes...

OvertureDonde viven las historias. Descúbrelo ahora