El maestro de mis hijos

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Satoru es buen padre, es lo que siempre se repite así mismo todo el tiempo y es lo que piensa todo el tiempo. Hasta que un día recibe una llamada de su querida mejor amiga Shoko.

—Shoko, ¿Pasa algo? —preguntó Satoru ni bien contestó la llamada, era raro que ella llamase primero.

—Hola Sato, no pasó nada, solo quería preguntarte cómo están los chicos, ya que habíamos quedado en que vos ibas a buscarlos a la escuela —contestó la castaña.

Silencio.

Un gran e incómodo silencio que Satoru decidió terminar.

—¿No ibas vos a buscarlos? —preguntó nervioso Satoru mientras salía de su oficina, apurado.

—Por supuesto que no, te había dicho que yo no podía y me dijiste que ibas a buscarlos —respondió la castaña obvia ante esa pregunta.

Pero Satoru no contestaba y eso a Shoko le estaba irritando bastante.

—¿Satoru? —preguntó la chica.

—Si shoko, aquí estoy, lo siento, estoy conduciendo lo más rápido posible, te llamo luego —dijo de forma rápida para luego colgar y tirar el celular en los asiento de atrás. Shoko solo suspiró y siguió con su trabajo.

Satoru iba lo más rápido que podía y permitida posible. Se estaba maldiciendo a sí mismo, ¿Cómo podría haberse olvidado de buscar a sus bebés?
Manejó hasta que llegó a la escuela de sus niños y los vió en la puerta, pero no solos, si no que estaban acompañados por un hombre, un hombre hermoso cabe aclarar.

—¡Megumi, Tsumiki! —exclamó el peliblanco al verlos. Ellos no dudaron en correr e ir a abrazar a su padre.

—Te dije que iba a venir —dijo feliz la niña mientras abrazaba a su padre.

—Te olvidaste de nosotros —susurró triste Megumi mientras hacía un puchero.

—Lo siento mis pequeños, hoy fue un día muy duro en el trabajo —dijo, mientras le daba a cada uno un beso en la cabeza.

Si bien parece una excusa lo que acababa de decir, es verdad. Satoru era dueño de varias empresas, por lo que a veces es difícil de manejar todo.

—Me alegra que haya podido venir —dijo una voz masculina pero suave al oído.

Satoru levantó la cabeza para ver quien era el dueño de esa dulce voz y no se esperaba encontrar un ángel en vivo y en directo.

—Realmente lo siento mucho, tardé demasiado en venir —contestó algo apenado Satoru cuando se levantó del suelo.

—Está bien, es normal —dijo el ángel mientras le sonreía,—¡Ah! No me presenté, disculpa, soy Suguru Geto, soy el maestro de tus hijos —dijo también algo apenado Suguru al no haberse presentado antes.

—Gojo Satoru —se presentó el albino, mientras miraba al lindo maestro de sus hijos.

—Supongo que su esposa no pudo venir a buscar a sus hijos —dijo Suguru.

—¿Cómo? —preguntó embobado el albino.

—Que su esposa no pudo venir —repitió el pelinegro.

—Oh, no tengo esposa —contestó rápido Satoru, saliendo de su burbuja. Mira si él iba a tener esposa con tremendo bombón enfrente suyo.

Al escuchar eso, a Suguru se le bajó la presión, entonces todo este tiempo los niños iban con esa mujer extraña. Quería morir.

Satoru notó como se puso blanco y habló rápido.—Es mi mejor amiga, la tía de mis hijos —se apresuró a decir.

Y Suguru pudo respirar, tenía miedo de que fuese una extraña. Luego, los colores se le subieron los colores a la cara.

El maestro de mis hijosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora