𝕾𝖚𝖘𝖚𝖗𝖗𝖔𝖘 𝖉𝖊 𝖑𝖆 𝕹𝖔𝖈𝖍𝖊 (ᴷᵃⁿᵍᵀᵉᵘᵏ)

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Era una noche fría de octubre de 1985. Kangin y Leeteuk, una pareja inseparable, se aventuraron hacia un antiguo caserón al borde del bosque. La leyenda decía que el lugar estaba maldito, pero la curiosidad los llevó hasta allí.

El caserón se alzaba imponente, envuelto en sombras. Kangin observaba el edificio con desconfianza. Leeteuk avanzó hacia la puerta con una mezcla de emoción y temeridad.

—Vamos, no seas miedoso —dijo Leeteuk, su voz animada, mientras se acercaba a la puerta.

Al entrar en el caserón, el aire se volvió denso y helado, envolviendo a Kangin y Leeteuk en una atmósfera de inquietud. Las paredes, cubiertas de polvo y telarañas, parecían susurrar historias de tiempos pasados. Leeteuk avanzó con cautela, iluminando el camino con su linterna, mientras Kangin lo seguía de cerca, sus sentidos en alerta máxima.

De repente, un crujido resonó desde las sombras, y la figura de un espectro se materializó frente a ellos, su presencia etérea emanando una ira palpable.

—Intrusos... —murmuró el ente con una voz gélida que retumbó en las paredes. La temperatura descendió bruscamente, y un escalofrío recorrió la columna de Leeteuk.

Kangin, instintivamente, se colocó frente a Leeteuk, su postura defensiva.

—No somos una amenaza —dijo, su voz firme pero tensa, intentando calmar al espectro.

El espíritu, sin embargo, no mostró clemencia. Con un movimiento brusco, lanzó un mueble hacia ellos, obligándolos a esquivarlo con rapidez.

—¡Cuidado! —gritó Kangin, tirando de Leeteuk para evitar el impacto. El mueble se estrelló contra la pared, esparciendo astillas por el suelo.

Leeteuk, recuperando el equilibrio, miró a Kangin con una determinación renovada.

—Es hora de hacer nuestro trabajo —dijo, sacando un pequeño amuleto de su bolsillo. Kangin asintió, sacando un frasco de agua bendita de su chaqueta.

El espectro, dándose cuenta de sus intenciones, lanzó un chillido de furia, y una ráfaga de viento gélido los envolvió, pero esta vez estaban preparados. Leeteuk, con un movimiento ágil, dibujó un círculo en el aire con el amuleto, creando una barrera que desvió el ataque.

—¡Ahora, Kangin! —gritó Leeteuk, mientras el espectro retrocedía momentáneamente.

Kangin arrojó el agua bendita hacia el espectro, que se retorció con un grito ensordecedor.

—Esto no te salvará —rugió el espectro, su voz resonando con una mezcla de dolor y odio.

Leeteuk comenzó a recitar una oración en latín, su voz firme y resonante. El espectro, al escuchar las palabras, comenzó a vibrar violentamente, como si las sílabas mismas lo estuvieran desgarrando. Kangin se unió a Leeteuk, sus voces combinándose en una letanía poderosa y antigua.

—Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam —recitaron al unísono, sus voces llenando la habitación con una energía palpable.

El espectro, debilitado por la oración y el agua bendita, lanzó un último intento desesperado de ataque, dirigiendo una sombra oscura hacia Leeteuk. Kangin, con una rapidez asombrosa, se interpuso, levantando una cruz de plata que llevaba colgada al cuello. La sombra se desintegró al contacto, disipándose en el aire.

—Tu dolor no puede justificar esta ira —dijo Kangin, su voz cargada de compasión y autoridad—. Déjanos ayudarte a encontrar la paz.

El espectro, por primera vez, pareció titubear. Sus formas etéreas fluctuaron, como si estuviera considerando las palabras de Kangin. Leeteuk dio un paso adelante, extendiendo una mano en señal de paz.

—Todos hemos sufrido pérdidas —dijo Leeteuk suavemente—. Pero no estamos solos. Podemos ayudarte a cruzar al otro lado, donde encontrarás descanso.

El espectro emitió un gemido bajo, una mezcla de dolor y resignación. Lentamente, se acercó a Leeteuk, sus movimientos ya no agresivos sino desesperados. Leeteuk levantó el amuleto, que ahora brillaba con una luz cálida y acogedora.

—En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te liberamos de este tormento —murmuró Leeteuk, mientras el amuleto irradiaba una luz cegadora que envolvió al espectro.

El ente lanzó un último suspiro antes de desvanecerse, su forma disipándose en partículas de luz que llenaron la habitación. La temperatura volvió a la normalidad, y un silencio pacífico reemplazó el caos anterior.

Kangin y Leeteuk, respirando con dificultad, se miraron el uno al otro, sabiendo que habían cumplido con su deber.

—Lo logramos —dijo Kangin, con una sonrisa cansada pero llena de alivio.

—Sí —respondió Leeteuk, guardando el amuleto—. Otra alma en paz.

Pero, justo cuando pensaban que todo había terminado, una risa baja y siniestra resonó en la habitación. El espectro, lejos de haber sido exorcizado, se materializó nuevamente detrás de Leeteuk, con una furia renovada y letal. Con un movimiento rápido y violento, atravesó el pecho de Leeteuk con una garra etérea.

—¡Leeteuk! —gritó Kangin, horrorizado, mientras veía cómo la vida se escapaba del cuerpo de su esposo. Leeteuk, con los ojos muy abiertos por el dolor y la sorpresa, cayó al suelo.

El espectro, con una sonrisa de triunfo, se desvaneció en la oscuridad, dejando a Kangin solo, arrodillado junto al cuerpo inerte de Leeteuk. Las lágrimas caían libremente de sus ojos mientras sostenía a su esposo en sus brazos.

—No me dejes —susurró Kangin, el dolor consumiéndolo mientras la habitación se llenaba de un silencio abrumador. La luna, que antes brillaba con una intensidad renovada, ahora parecía opaca, como si la misma noche llorara la pérdida de Leeteuk.

De repente, todo se desvaneció. Kangin se encontró de nuevo al pie de la puerta del caserón, con Leeteuk a su lado, sano y salvo. El sudor perlaba su frente; había sido una visión, una advertencia.

Leeteuk, a punto de empujar la puerta, se detuvo al notar el estado de Kangin.

—Es mejor irnos —dijo Kangin, con un tono decidido y una mirada intensa. Leeteuk, comprendiendo la gravedad de la situación, asintió.

—¿Qué sería de mí sin ti? —dijo Leeteuk, sonriendo suavemente mientras le daba un beso.

—En serio amo tus visiones —continuó, su voz llena de cariño y gratitud. Se alejaron del caserón, dejando atrás las sombras y el peligro.

Justo cuando estaban a punto de subir al coche, el ambiente alrededor de ellos se volvió extraño. Un escalofrío recorrió sus espaldas al escuchar un susurro gélido:

—No pueden escapar tan fácilmente.

Kangin y Leeteuk se giraron, pero no había nadie allí. Sin embargo, en el reflejo de la ventana del coche, vieron una sombra oscura que parecía observarlos desde la distancia.

Y en el aire de la noche, el susurro siniestro del espectro resonó una vez más:

—Nos volveremos a ver...

El suspenso se cernía sobre ellos como una sombra, dejándolos con la incómoda certeza de que su batalla contra la oscuridad apenas había comenzado.

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𝕾𝖚𝖕𝖊𝖗 𝕵𝖚𝖓𝖎𝖔𝖗 [One Shot Collection]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora