Suave es el óbito que inexorablemente nos abraza, arrancando el dolor que nos inflige la vida, depositando pequeñas partes en los corazones de quienes nos aman.
Cerraste tus ojos a este mundo, pero los abriste para ver el universo tan basto, tan inmenso, en silencio y sosiego.
Tu ausencia deja un vacío en nuestras vidas, pero el amor que nos dejaste llena nuestros corazones recordando contigo todas las alegrías.
Abrazaste con desesperación el fin, sabiendo que era el eterno quien venía por ti, mostrándote su amor y un paraíso sin fin.
Te volviste inmortal desplegando tus alas con la dulzura que solo un ángel te pudo enseñar, aprendiste a volar y ahora puedes por los cielos surcar.
La luz de tu farola se apagó, ha dejado de iluminar para convertirse en eternidad, una estrella fugaz que recorre el manto estelar, y en esa inmensidad volver a brillar y desde el cielo poder vigilar.
Fuiste hija, madre y abuela, fuiste sostén, pilar y soporte, siempre estuviste ahí para ayudarnos a encontrar el norte, dejándonos el suave y cálido manto de tu legado que nos cubre y nos permite refugiarnos del frio que provoca la despedida.