Ecos de soledad

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En la mansión abandonada, donde el eco reina,
un alma solitaria deambula sin descanso,
susurros vacíos llenan los pasillos sombríos,
donde la soledad se convierte en su propio trance.

Las paredes crujen con sus lamentos mudos,
reflejando su rostro pálido y demacrado,
sus ojos buscan en vano un rostro conocido,
pero solo encuentran sombras que la han olvidado.

En la oscuridad, sus pensamientos se retuercen,
como serpientes que la envuelven en su frío abrazo,
la soledad devora su alma, como un hambre insaciable,
en un torbellino de ansiedad y desamparo.

Los susurros se intensifican, susurran nombres olvidados,
fantasmas de personas que alguna vez amó,
pero ahora son meras ilusiones en su mente quebrada,
en un laberinto de espejos que distorsionan su realidad.

El transtorno de la soledad es su cárcel invisible,
donde las sombras se alargan y nunca hay salida,
cada paso es un eco en el vacío de su existencia,
cada suspiro, un recordatorio de su dolorosa insistencia.

En la mansión abandonada, donde el tiempo se detiene,
ella se convierte en su propia sombra perdida,
atrapada en un bucle eterno de soledad y desesperación,
en un poema de terror que nunca encontrará redención.

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