El recital

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Los días transcurrieron con normalidad hasta que el sábado finalmente llegó, trayendo consigo una mezcla de anticipación y nerviosismo que Yunho no podía ignorar. Negar que había estado ansioso por el recital sería mentir.

Durante toda la semana, su mente había estado atrapada en una espiral de pensamientos conflictivos y dudas.

Asistía a clases con la mente en otra parte, el foco perdido mientras titubeaba sobre si debería decirle a San que no podía asistir al evento de su hermano. Aunque su conciencia le pedía a gritos que enfrentara sus miedos y dejara atrás el pasado, no encontraba el valor para hacerlo.

La posibilidad de cancelar parecía tan conveniente y cómoda que en su mente se deslizaban distintos escenarios sobre cómo comunicarle a San esta decisión. Imaginaba sus palabras, el tono de voz adecuado, y la reacción de San, todo mientras el profesor explicaba la materia que probablemente solo cubriría una vez en todo el semestre.

Fue exactamente el viernes cuando, después de mucha reflexión, Yunho finalmente decidió no acompañar a sus amigos al recital donde Jongho haría un solo.

Admitir en voz alta que no le había costado tomar esa decisión sería mentir, y además, le había costado perder clases. La angustia y el conflicto interno lo habían dejado distraído en clase, incapaz de concentrarse, pues su mente siempre volvía al mismo dilema: debía enfrentar sus miedos o seguir evitando el dolor que le causaba la música.

San solía escapar en su tiempo libre al gimnasio donde Yunho también iba, así que cuando se encontraran allí, Yunho había planeado decirle que no podría asistir al recital. Sin embargo, cuando llegó el momento y vio a San, el arrepentimiento lo invadió rápidamente.

La cobardía se hizo presente tan pronto como cruzó el umbral del gimnasio, y ante ese sentimiento, prefirió callar. En lugar de hablar, decidió que finalmente iría al recital, a pesar de sus dudas y temores.

¿Qué iba a hacer?, se preguntó a sí mismo apenas abandonó el gimnasio, sintiéndose traicionado por su propia decisión.

Su conciencia le respondió de manera clara y contundente: Afrontar.

Ya era la octava vez que se miraba en el espejo de cuerpo completo esa tarde

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Ya era la octava vez que se miraba en el espejo de cuerpo completo esa tarde. Había pasado al menos tres horas eligiendo qué ropa ponerse, yendo y viniendo desde su habitación hasta el baño, donde el cristal ocupaba una de las cuatro paredes de cerámica.

Cada vez que pensaba haber encontrado el atuendo adecuado, volvía a dudar y se cambiaba de nuevo. Había probado varias camisas, solo para volver a ponerse la misma de minutos antes.

Finalmente, se decidió por una camisa negra que realzaba su figura y unos pantalones del mismo color. Pero sabía que la elección del vestuario era solo una parte del desafío; ahora venía la peor parte: el cabello.

Podrían llamarlo exagerado, pero sabía en su interior que la ocasión no era en absoluto casual, como para simplemente ponerse lo primero que encontrara en su armario. Esta era una oportunidad especial, un momento que requería esmero y atención a cada detalle. No se trataba solo de impresionar a los demás, sino de sentirse seguro y preparado para enfrentar lo que venía.

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